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Llevo 30 años de servicio público. He podido ver en todo este tiempo cómo el concepto de servir a la ciudadanía ha ido cambiando porque la sociedad también ha evolucionado. En contra de lo que muchas personas piensen, creo que hemos sucumbido a la dualidad individualismo-derechos. Somos  básicamente nuestra propia persona y nuestros derechos. El resto no importa.

A menudo nos olvidamos de que todos y todas somos esa comunidad y que nadie está exento de privilegios y a la vez de obligaciones. Como quienes rompen el confinamiento porque no aceptan una medida que aunque pueda beneficiar a personas de riesgo, considera contraria a esos derechos tan personales que ostentan. 

Hay cristales en la hierba. Si pretendemos salir de esta con la misma actitud que hace tres meses fracasaremos seguro. Hemos visto como los países que mejor han afrontado la pandemia son los que han tenido una mejor actitud ciudadana para seguir las instrucciones sanitarias. Actuando pensando en la comunidad y no en su propia persona de forma egoísta y negligente.

Por ello y ante el establecimiento de una renta mínima vital en el país considero que también se debe establecer una contrapartida comunitaria. Todo persona que reciba dinero público (que proviene del bolsillo de otras personas que lo preferirían en el suyo propio) debería contribuir a la comunidad según sus posibilidades personales. No debemos apuntalar aún más una conciencia individualista que demuestra las bajas cotas de participación ciudadana y que desafortunadamente he podido comprobar en varios proyectos locales debido principalmente a los problemas que señala Montes (2019) en sus conclusiones. 

El sentido de comunidad es sumamente importante y es parte de una fuerte relación con el concepto de ciudadanía activa, sentimientos de pertenencia a la comunidad, intercambio interpersonal, conexión emocional y participación activa en acciones comunitarias (Talò et al., 2014).

Por otro lado, algunos elementos de estudio de la criminología pueden ser muy útiles en este sentido. Sampson (2008) introduce el concepto de eficacia colectiva de los barrios que describe el vínculo entre la cohesión social que da la confianza –colaboración conjunta (working trust)– y las expectativas compartidas. Son indispensables las creencias compartidas en la capacidad de la comunidad para conseguir un determinado objetivo mediante la participación de todos y todas.

Así que imaginad que esa renta vital básica se traduce también en miles de personas colaborando con la comunidad aumentando su seguridad en el más amplio sentido del concepto de seguridad humana. Realizar voluntariado en fundaciones, comedores sociales, creando una red de apoyo comunitario en  parques, polideportivos, zonas de afluencia de personas, acompañar a personas mayores durante el día, arrinconando la soledad, colaborando en ludotecas, clubes infantiles y juveniles, en definitiva acompañarnos durante la travesía.

Si la solución a esta situación va a ser solamente ofrecer dinero (por supuesto necesario para  sobrevivir dignamente y no renunciar al futuro) es que no hemos aprendido nada de la pandemia. Esto no pueden arreglarlo solo los servicios sanitarios, las fuerzas de seguridad, servicios de limpieza, los supermercados y otros servicios esenciales. Necesitamos un nuevo comienzo para todos y todas, un compromiso comunitario, de derechos, deberes y confianza. Ser verdaderamente eficaces colectivamente, no sucumbiendo al leviatán para tomar conciencia de comunidad.

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