Las primeras mujeres que formaron parte de la Policía Local en España fueron dos hermanas cordobesas, hijas de un Guardia Civil. Fue la primera convocatoria a la que podían presentarse mujeres. Corría el año 1970. En una entrevista publicada en el Diario de Andalucía ambas afirman: “Nos querían como mujeres florero”. De hecho, los primeros uniformes femeninos incluían el uso de falda y zapato de tacón. Lo de “mujer florero” o el “deberías estar fregando” es con lo que tuvieron que bregar la mayoría de las agentes que se incorporaron a los puestos de Policía Local y otros cuerpos policiales a finales de los años 70 y durante la década de los 80. Una etapa que afortunadamente ha sido superada. Pero queda un largo camino por recorrer.
Si consultamos las estadísticas del número de efectivos femeninos en las Policías Locales de Cataluña (Idescat, 2018, un 12,11 % son mujeres. De las cuatro escalas existentes, un 2,5% pertenecen a la escala intermedia (23 mujeres y 575 hombres), un 4,6% a la escala ejecutiva (5 mujeres y 136 hombres) y en la superior no hay ninguna mujer. El resto pertenece a la escala básica. Para revertir esta situación, en Cataluña se acaba de aprobar una modificación de la ley 16/1991 de las policías locales con el objetivo de equilibrar la presencia de mujeres y hombres. A partir de ahora, y hasta que cada ayuntamiento desarrolle el plan de igualdad, en cada proceso de selección se reservará un 25% de plazas destinadas a mujeres, bajo ciertos criterios y siempre que se hayan superado, lógicamente, todas y cada una de las pruebas de selección.
Han pasado más de 40 años de la incorporación de la mujer a los cuerpos policiales. La sociedad ha evolucionado y los cuerpos policiales deben hacerlo en consonancia con esos cambios y necesidades sociales. Un número proporcional de mujeres en las plantillas no sólo es necesario (cacheos, atención a la víctima, etc.), sino beneficioso. El valor añadido que ofrece la perspectiva femenina en un cuerpo tradicionalmente masculinizado por haberlo relacionado erróneamente al uso de la fuerza, es incuestionable. La policía del siglo XXI requiere la incorporación de más mujeres y mayores cuotas en la escala de mando, y la administración debe articular procesos adecuados para ello.
Y luego está la otra parte: que las mujeres, por méritos y capacidad, debemos reclamar los espacios que por derecho nos corresponden, y no relegarnos a nosotras mismas ni permitir que se nos relegue asumiendo el puesto “de segundas” que tradicionalmente estructuras de mando básicamente masculinas han gestionado.
Estamos avanzando por el camino adecuado. Esperemos que en el próximo congreso anual de la ACCPOLC -Associació de caps i comandaments de les Policies Locals de Catalunya- no vuelva a ocurrir como en el año 2019, donde, frente a una presencia de aproximadamente 200 policías masculinos, únicamente dos mujeres estuvimos presentes. Las estructuras de mandos actuales deben fomentar y reclamar un espacio igualitario en las policías modernas, donde se incorporen los valores añadidos que las mujeres somos capaces de aportar a una organización policial.
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