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Llevamos cincuenta y un días de confinamiento cuando escribo. Se han abierto los límites de nuestras pisadas un kilómetro. Hace un sol radiante y el mar sigue lejos. Profesionales de la ciencia aportan diversas teorías no siempre coincidentes. La OMS nos dice que no nos olvidemos de que seguimos en pandemia, que en otros lugares empiezan ahora, que solamente cuando en todos los lugares acabe, todo el mundo estaremos a salvo de esta pesadilla. Una pesadilla que la humanidad hemos generado. 

Aterra pensar que en algunos países están en manos de personas como Trump que recomendó inyectarse desinfectante para vencer el COVID-19 espantando al colectivo científico y, cuando  vio la alarma despertada, dijo que había sido sarcástico. Más de 100  personas estadounidenses han tenido que ser hospitalizadas por haber ingerido lejía o detergente gracias a la recomendación de su presidente. También ha recomendado tratamientos cuya eficacia contra el coronavirus no ha sido demostrada o cuyos efectos secundarios se desconocen. Ha lanzado más mensajes sin base científica.  No olvidemos la importancia de la ciencia, que es la que nos debe situar, no otras consideraciones cuya finalidad es el rédito personal y político relleno de ego y de egoísmo. Otro ejemplo de esta calaña política es Bolsonaro que, como respuesta al incremento brutal de muertes en Brasil, cuando superaba las 5000 personas, solo se le ha ocurrido decir “¿ y qué quieren que yo haga?” y que no es capaz de hacer milagros. Y todavía hay personas que les seguirían votando. La educación crítica es más importante que nunca. No hace falta mirar tan lejos geográficamente, hay mensajes y acciones de odio en nuestro contexto que no debemos ignorar.

Francesc Imbernon comparte: “Estos días he pensado en Paulo Freire, cuando decía que la cuestión está en cómo transformar las dificultades en posibilidades. ¿Podremos desde la educación transformar las dificultades actuales en las posibilidades de futuro? Ese es el reto”. Y efectivamente lo tenemos delante de las narices. 

Habrá que poner sobre la mesa por qué estamos trabajando como lo estamos haciendo y para qué, lo que nos lleva a la formación teórica y práctica del profesorado (que a la vez nos remite a las personas formadoras que les han formado), para visibilizar si lo que había nos sirve o no. Todo lo que hagamos ahora debe reforzar la educación pública y democrática, no limitarla. Como decía Freire, la educación nunca es neutra, siempre que defendemos un modelo de educación, defendemos un modelo concreto de sociedad. 

Ha cambiado la manera de abordar la investigación y la docencia en la educación superior, pero no han cambiado las condiciones laborales (tampoco en el resto del sistema educativo) en el confinamiento, con jornadas que se extienden siete días a la semana, sin horario, siempre invisibilizadas, porque las condiciones de los contextos de nuestro estudiantado así lo necesitan. Muchas de las cosas que están sucediendo muestran un posicionamiento ideológico nada humanista, desde las condiciones de evaluación que parecen centrarse exclusivamente en el control, a la avalancha de normas y de burocracia que entorpecen nuestro trabajo, distorsionando lo que realmente importa en este momento: nuestro estudiantado. 

No todo se soluciona facilitando un ordenador o una tablet. Tenemos estudiantado que también trabaja con ordenador en casa (me refiero a trabajos que les permiten vivir y poder estudiar en la universidad, no al trabajo académico que todo el estudiantado está haciendo ahora on line)  y debe atender a sus hijos e hijas o a personas mayores dependientes, porque esto es una pandemia.  El comentario muy extendido acerca de la necesidad de que los maestros y maestras atiendan a los niños y niñas, porque los padres y madres deben trabajar, olvida que esos maestros y maestras, también en muchos casos, tienen hijos e hijas, y que la finalidad de la educación no es hacer de aparcamiento, es otra muy distinta, afortunadamente. Es, por ejemplo, ayudar a educar ca una ciudadanía crítica que puedan decidir informada y responsablemente su proyecto de vida, que puedan actuar para conseguirlo,  y hacerlo desde la equidad. Como Jerome Bruner defiende en La educación, puerta de la cultura (1997), la educación es arriesgada porque refuerza el sentido de la posibilidad y la viabilidad de la cultura va ligada al equipamiento de las personas con las habilidades para entender, sentir y actuar en el mundo cultural. Pero un enfoque gerencialista y absurdo nos sobrevuela. Personalmente me hubiera gustado que recibiéramos un correo, uno solo, en el que se preguntara cómo estábamos o se nos animara, igual que hacemos el profesorado con nuestro estudiantado, sin que ese interrogante no fuera una mera fórmula introductoria para mandarnos nueva normativa. Es otra manera de liderazgo educativo lo que necesitamos, un liderazgo humanista y no gerencialista, que entienda que también estos días tendemos la ropa, que somos seres humanos.

Los plazos parecen ser lo más importante, pero ahora tenemos estudiantado que nos dice que familiares muy, muy próximos han muerto y que no han podido despedirse de ellos porque estaban hospitalizados por el coronavirus. Y no les podemos abrazar, y hay que estar al lado desde la distancia. Otro estudiantado nos dice que está bien pero que, psicológicamente, les ha afectado mucho. Porque los contextos familiares son distintos. Y los recursos también. Y el profesorado somos el único vínculo que tienen con ese mundo académico que se ha evaporado de su vida cotidiana.

En muchos de los colegios en los que trabajamos, y que afectan a un practicum que está realizando parte de nuestro estudiantado, colaborando codo a codo con maestros y maestras para ofrecer a los niños y niñas recursos para poder seguir trabajando en casa, la mayoría de familias no tienen recursos digitales pero, además, muchas de estas familias no saben, o apenas saben, leer y escribir. Todo sigue adelante con prisa, mucha prisa, algunos pedagogos como Enrique Diez plantean otras reflexiones sobre el cambio curricular señalando la necesidad de desacelerar porque “ciertamente es crucial aprender que el capitalismo neoliberal es la pandemia subyacente que hemos de superar “.  Porque mucha gente se va a quedar atrás. Los y las que más lo necesitan. Todo esto ha configurado otro panorama educativo y vamos a tener que transformar nuestra docencia, nuestra investigación, sin olvidarlas, sin olvidarlos. Porque, si no lo hacemos, vamos a hacer trampa, vamos a ser incoherentes con lo que defendemos. No podemos olvidar que nuestro estudiantado tiene voz y que, si nos posicionamos en una educación crítica, su voz debe ser protagonista, desde su contexto.

Cuando se actúa en el sistema educativo como si no pasara nada, intentando dar respuesta a lo que había, olvidamos que ya no estamos ahí, que la pandemia nos ha situado en otro lugar, que nuestro estudiantado está en otro lugar, qué la solución no está en intentar hacer lo mismo on line. Hay una responsabilidad social ligada a la política educativa con la que nos vamos a comprometer, con la que ya estamos comprometidas y comprometidos.

En mi universidad se ha organizado, para favorecer la participación del estudiantado en las encuestas de valoración sobre la actividad docente del profesorado, un sorteo con un premio de 250 euros entre el estudiantado que responda todas las encuestas que tenga activas en el curso académico. Porque, dicen, los resultados de las encuestas sirven para introducir acciones de mejora educativa en nuestra universidad. Ojiplática me quedé al leerlo. En lugar de preguntar tanto a estudiantado, como a PAS, como a profesorado, las carencias o necesidades que hemos detectado, se nos ignora a dos tercios, y para estimular la participación del estudiantado se utiliza un incentivo económico. ¿Qué ideología  muestra el currículum oculto de ese sorteo como incentivo?, neoliberalismo puro y duro.  

¿Dónde queda indagar en todas las carencias nuestras y de los recursos, que hemos visibilizado (tanto en mi universidad como en el resto de universidades), ignorando el compromiso y la responsabilidad generalizadas en el profesorado, en el PAS y en el estudiantado durante todo el confinamiento?, ¿por qué se insiste en la necesidad de cambiar las asignaturas con recursos on line, pero se ignora que gran parte del profesorado no domina las TIC, o no tiene recursos didácticos conceptuales para hacer lo que se les pide (a no ser que se quiera que las aulas virtuales en lugar de ser comunidades de aprendizaje compartido, sean repositorios de materiales, igual que  hace un tiempo era reprografía, o sea cajas),  y se ignora que queda bajo la responsabilidad del profesorado llevarlo a cabo, generando mayor incertidumbre y estrés?, ¿se ha tenido en cuenta que existe un alto porcentaje de profesorado precario?, ¿se va a continuar con normas que no avanzan en la profundización en la equidad y la justicia social?,  ¿se va a tener en cuenta cómo afecta la pandemia a la conciliación familiar, entendida perversamente como un asunto femenino, porque ya está más que demostrada por la investigación la desventaja femenina?… Muchos son los interrogantes que se nos plantean cada día también en esas “aulas” generadas desde la complicidad con nuestro estudiantado, en la distancia, con zapatillas de estar por casa. 

Este marzo, Henry Giroux, Ourania Filippakou y Sofía Ocampo escribían sobre el contexto global del que hasta ahora hablaba este texto: “Estamos en un nuevo periodo histórico, uno en el que todo es transformado y corrompido por las herramientas financieras neoliberales, la desregularización y la austeridad. Dentro de estos nuevos vínculos de poder, los principios antidemocráticos han sido normalizados, debilitando las defensas de las sociedades democráticas, especialmente de sus instituciones de educación. La explotación ahora se vincula con una política terminal de exclusión. En muchas partes del mundo las personas desaparecen, la cultura cívica se marchita y la violencia del estado se vuelve letal, como resulta evidente en las olas emergentes de odio dirigidas a las poblaciones consideradas como diferentes por su raza, etnia, color o religión. Frente al creciente autoritarismo muchas personas desvían la vista y se transforman en cómplices de estas nuevas formas de tiranía, que nosotros llamamos fascismo neoliberal. 

[…] Los educadores necesitan desarrollar un discurso y articular movimientos sociales que resistan tal violencia, de manera que puedan salvaguardar bienes públicos, revivir la memoria histórica como una forma de testimonio moral, producir esferas públicas para preguntarse críticamente sobre lo inquietante e indescriptible, un compromiso crítico con una cultura de la realidad, de la que forman parte la violencia visceral y simbólica. En este momento, la educación se transforma en central para la política y aborda una necesidad ética y un apasionado sentido de lucha colectiva.[…] La seguridad en su visión distópica elimina los temas de contingencia, lucha y agencia social a través de la celebración de las inevitables leyes económicas, en las cuales el ideal ético de intervenir en el mundo da paso a la idea de que nosotros “no tenemos otra posibilidad más que adaptarnos, tanto nuestras esperanzas como habilidades, al nuevo mercado global””.  Lo escribieron poco antes de nuestro confinamiento. Ahora, ante la necesidad de transformar nuestra práctica cotidiana, es imprescindible posicionarnos de manera comprometida y no olvidar, ni un segundo, que lo más importante sigue siendo nuestro estudiantado. Porque, como decía Freire, los seres humanos no somos seres de adaptación, somos seres de transformación. Le pese a quien le pese. Y lo vamos a recordar.

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