En tiempos del coronavirus se vive con la tiranía de lo urgente y la tentación de pensar que el feminismo es un asunto secundario. Nada más lejos de la realidad porque la tendencia de la pandemia es incrementar el sesgo de género afectando de manera más profunda la calidad de la salud de las mujeres.
En primer lugar, la incidencia en la salud de las mujeres como pacientes y como profesionales sanitarias. Se está viendo que seguimos atendiendo en mayor medida las tareas de cuidados que culturalmente se nos atribuyen y que eso hace que descuidemos y se nos descuide como pacientes. Como profesionales de salud las mujeres somos mayoría y es por ello que estamos sometidas en mayor número a una mayor carga de trabajo y estrés que están afectando, y afectarán a largo plazo, de una manera dramática nuestra salud. Sin embargo, los puestos de liderazgo están ocupados principalmente por hombres que permanecen así más alejados del contacto directo con pacientes y, por tanto, con menor riesgo de ser infectados.
En segundo lugar, la escasa presencia de mujeres como fuentes de opinión y divulgación del conocimiento. El lenguaje y la imagen están directamente relacionados con el poder y el hecho de que los medios de comunicación muestren preferentemente la opinión de expertos y no de expertas crea la sensación de que su palabra y opinión tienen mucho más valor. Se resalta una visión androcéntrica tanto del problema cómo de las posibles soluciones y se deja a un lado otras opiniones y puntos de vista, sin tener en cuenta que precisamente esa es la verdadera raíz de la situación y que abordarla desde una perspectiva de género es la única solución posible.
En tercer lugar, la investigación científica, ¿se está incluyendo suficientes animales hembra en los experimentos, y mujeres en los ensayos clínicos? Clásicamente no se cumple y esto ha generado que gran parte del conocimiento que tenemos no esté evidenciado en mujeres y por tanto haya desigualdades evidentes en los procesos relacionados con la salud, especialmente diagnósticos y tratamientos. En los últimos años se está intentando corregir este sesgo, pero si analizamos en detalle muchas publicaciones científicas actuales en relación con el coronavirus, se comprueba que esto no es así. La comunidad científica tenemos la obligación de corregir este efecto cuanto antes.
Por experiencias anteriores con el SARS, Ébola y Zika se sabe que no abordarlas con perspectiva de género ha hecho que los efectos negativos y el impacto que han tenido sean profundos y a largo plazo. No cometamos el mismo error y abordemos esta pandemia como una oportunidad para incorporar expertise de género a los procesos de salud, en las decisiones y los planes de respuesta. El feminismo, ahora más que nunca, es un asunto de primera necesidad.
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