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El reciente caso de una joven de Barberà del Vallès que presuntamente sufrió abusos sexuales y fue prostituida por su primo durante años evidencia una realidad inquietante: el silencio de aquellos que conocen los hechos pero no intervienen. A pesar de que la víctima pidió ayuda en múltiples ocasiones a amigos y familiares, el acusado logró manipular a su entorno, haciéndoles creer que cesaría el acoso. Sin embargo, no solo continuó, sino que los abusos se intensificaron, culminando en su explotación sexual.

Este silencio cómplice no solo permitió que los abusos se prolongaran por más de una década, sino que también hizo que la víctima se sintiera cada vez más aislada. En el juicio, la joven relató el control que su primo ejercía sobre su vida, las amenazas que la obligaron a someterse y el desesperado deseo de que su sufrimiento terminara. A pesar de haber compartido su angustia con quienes estaban más cerca de ella, la respuesta fue insuficiente, lo que contribuyó a que el ciclo de abusos continuara.

El caso subraya la importancia de que el entorno de las víctimas actúe con decisión y no se quede en la pasividad. Ignorar o minimizar el dolor de una víctima solo refuerza el poder del agresor y perpetúa la violencia. Es fundamental ofrecer un apoyo real y efectivo, no solo escuchando, sino también tomando medidas para proteger a la persona afectada.

Este caso es un recordatorio urgente de que el silencio no es neutral; es una forma de complicidad. La sociedad debe alzar la voz en favor de las víctimas, asegurando que nunca más se encuentren solas. Mostrar apoyo abierto y firme puede ser la diferencia entre la liberación y el prolongamiento del sufrimiento, por esto desde el Diario Feminista mostramos todo nuesto apoyo a la víctima.

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