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Hace pocos días tuve la suerte de ser espectadora de la representación final del curso de interpretación teatral de 2020-2021 de la Universitat Jaume I, basada en la versión teatral de la Odisea de Alberto Conejero (2019), dirigida por Cesca Salazar Ansuategui, querida y reconocida actriz, directora y pedagoga teatral. Hace muchos años dejó las aulas de la escuela, pero nunca se alejó de la docencia. Sobre el escenario dos actrices y siete actores muy jóvenes. 

El programa de la obra que disfruté incluye un texto de Conejero: “Nuestros mares están llenos de naúfragos, nuestras fronteras de desplazados, nos persiguen nuevos cíclopes, nuevas sirenas. Ahora se llaman mercados, fanatismo, desesperanza. Y allí está Homero, con su capacidad inagotable de lanzar luz entre tanta oscuridad. Porque la Odisea es una celebración de la aventura de estar vivo, una invitación a descubrir y a descubrirnos”.

 Conejero señala que cuando Ulises vuelve a Itaca y se reencuentra con su mujer y su hijo le toca a éste, Telémaco, partir. Habla de cómo ocupar el mundo y la necesidad de tener un lugar al que volver. En esta adaptación de Cesca Salazar, Telémaco emprende su viaje en plena pandemia y la escenografía, con muy pocos elementos, es escalofriante, por la parte del viaje que ya conocemos y, a la vez, esperanzadora porque sigue habiendo un camino que recorrer, y lo estamos haciendo. Cesca Salazar en el viaje incluye el papel de las mujeres, en un viaje plagado de obstáculos para volver a Itaca, a casa.

Me gusta el teatro, me gusta que nos haga pensar, reflexionar, cuestionar, sentir, reír y llorar, también posicionarnos como seres humanos. Y me gusta la visión que me ofrecen las mujeres del teatro. Penélope es un personaje de reflexión sobre lo que somos y sobre lo que queremos. Hace muchos años otra persona querida, Aurora Marco, escribió “Revisiones y reescrituras de mitos femeninos” (2007), su conferencia rompió entonces muchos oídos. Reflexionaba sobre las Penélopes que niegan la historia oficial. Y recogía diversas lecturas desmitificadoras comenzando por la interpretación que hizo Rosalía de Castro de Penélope en el poema “Desde los cuatro puntos cardinales”, en el que ya no espera “y decide participar en el acto creador, tejiendo y destejiendo ininterrumpidamente, para sumarse al destino de todos los seres humanos, para unir su tarea de mujer, al progreso de la humanidad”. Incluyó también a Xohana Torres que en 1980 publicó el poema “Penélope”, convertido en el símbolo de la navegación libre, que también pertenece a las mujeres, sin ataduras, en el que Penélope decide participar en ese viaje reservado exclusivamente a los hombres. Citó a la escritora nicaragüense Claribel Alegría en “Carta a un desterrado” donde Penélope rompe con el modelo de discreción y prudencia, y toma las riendas de su vida, se vuelve a enamorar y le escribe una carta a Ulises para que rehaga su vida eligiendo a Calipso o a Circe. Y a Isabel Rodríguez que en el poema “No creáis en mi historia”, muestra el hartazgo de Penélope hacia Ulises que solamente piensa en guerrear, algo que a ella no le interesa lo más mínimo. Además, esta Penélope, dentro de los límites del espacio doméstico, gana un espacio simbólico en el que crecer, autoafirmarse y expresar su deseo de paz, silencio y soledad (también en la cama). Y a la poeta brasileña Myriam Fraga que reclama ese mismo silencio ligado a la paz, y cuya Penélope inicia un nuevo ciclo expresado así: “cuando Ulises llegue, la sopa estará fría”. Estos y muchos otros ejemplos nos regaló en la literatura y en la música Aurora Marco, vindicando una ampliación del corpus en el currículum educativo.

El último regalo me ha llegado en pandemia, de la mano de Margaret Atwood en su libro “Penélope y las doce criadas” (2020) en el que Penélope decide ser infiel a Ulises, con los mismos pretendientes que la acosan para elegir marido entre ellos. Cuando regresa Ulises ejecuta a las esclavas (que habían ayudado a Penélope a deshacer cada noche lo que tejía durante el día y a tener sus citas sexuales), por sus relaciones sexuales y amorosas (algunas, violaciones) con los pretendientes que ayudaban a Penélope a mantenerse informada. Hay más, mucho más en la novela. Sigue habiendo muchas Penélopes.

En el año 1975, el año en el que Franco murió, se editó un LP que forma parte del paisaje sonoro de la vida de miles de personas, entre las que me incluyo,”Viatge a Itaca”, una maravilla basada en el poema que Konstantinos Kavafis escribió en 1911, que nos habla de un viaje que nadie deberíamos desaprovechar: la vida. La composición de Llach huele a salitre, sabe a mar, a viento, transmite la fuerza de la naturaleza y nos anima a seguir caminando más lejos, siempre mucho más lejos, hasta llegar a Itaca, nos cuenta que la encontraremos pobre, pero habremos disfrutado en ese largo camino de muchísima riqueza, porque el viaje nos regala, entre muchas otras cosas, conocimiento, amor y libertad.

En la adaptación de Cesca Salazar los versos de Kavafis nos unen a la música sutil, delicada, preciosa que, a partir del poema, ha compuesto Juan Belloch para esta versión de la Odisea.

Mientras todo paraba, la gente del teatro, esas personas que en la canción “Cómicos” retrataba Víctor Manuel como las que “beben la vida a tragos”, nos han seguido alimentando online con su trabajo actoral; también las y los músicos con sus composiciones. A pesar de la que les había caído encima al tener que echar el telón en los teatros, en los escenarios, seguían trabajando para nosotras y nosotros. Nadie debería olvidarlo. En la misma canción se escuchaba “Codo con codo se hará /la cultura popular:/aunque les cubran de sal /la semilla crecerá.”.

La Universidad significa algo más que ir a clase.  Debería ayudar a crecer como ciudadanía responsable, crítica. Todo eso lo ha aprendido este estudiantado en el aula de teatro con Cesca. Sus gritos de felicidad entre bambalinas cuando acabó la obra, además, nos regalaron alegría, nos reconfortaron, nos hicieron sonreír porque sonaba a pura vida. Ojalá la educación fuera siempre, en cada escuela, en cada instituto, en cada facultad, un lugar para generar interrogantes y solidaridad; ojalá fuera siempre, en cada lugar, una oportunidad de aprendizaje, de celebración y de alegría.

Esta obra es una semilla germinada con mucho esfuerzo: actrices y actores interpretando con mascarilla, ensayos dificultosos en un contexto de incertidumbre, el escaso mobiliario que se utiliza en la obra desinfectado y frotado con ahínco cada día… Todo para regalarnos una Itaca hacia donde navegar.

Mi agradecimiento, mi reconocimiento y mi cariño por abrirnos límites, espaciales, culturales, personales y colectivos. Por ayudarnos, como cantaba Llach, a ir más lejos de todo lo que nos aprisiona.

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