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Hay madres que en el siglo XXI continúan estigmatizadas. Son las que han de ocultar que lo han sido y a la vez ocultar qué deciden hacer con su bebé. En Alemania, en Bélgica existen buzones para que las madres que lo deseen puedan depositar anónimamente su criatura recién nacida. Es como regresar a la Edad Media, cuando las mujeres socialmente mancilladas recurrían a un torno de madera instalado en los conventos para abandonar al hijo o la hija en la oscuridad de la noche. De allí a la inclusa, y luego, expósitos de por vida.

De hecho, dicho sistema de prolongó más allá del oscurantismo medieval, alcanzando en algunos lugares el siglo XX. Es el caso de la calle Ramelleres de Barcelona, donde se conservan vestigios de un torno que funcionó del 1600 al 1900 a cargo de las monjas de la Casa de Misericordia.

La pregunta a hacerse es, ¿por qué aún hay mujeres que necesitan esconder su maternidad hasta el punto de abandonar sus bebés subrepticiamente? ¿Dónde queda la supuesta libertad e igualdad de las mujeres a ojos de la sociedad actual? No solo se trata de la vergüenza de parir fuera de los cauces tenidos por legítimos, sino de renunciar en secreto a la recién nacida o el recién nacido.

Por lo demás, la existencia en Europa de los susodichos buzones regulariza semejante afrenta social. Lo hace tan tecnológica como fríamente, habilitando una alarma que avisa de la llegada de un bebé que contará de inmediato con un sistema de calefacción y un examen médico. Todo muy legal y confortable, pero que no esconde la realidad de una mujer que no puede ser madre libremente o que, si quiere renunciar al a la recién nacidos no se atreve a hacerlo a la luz del día. Es evidente que en la liberación femenina queda todavía mucho camino por recorrer.

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