El 87 por ciento de las mujeres sudanesas contemporáneas han padecido la ablación, como sus madres, abuelas, tatarabuelas. Ha sido necesario que una revolución popular expulsara del poder al dictador Omar al-Bashir, en abril de 2019, para que el actual gobierno de transición haya anunciado una serie de reformas sociales, entre ellas, la anulación de la mutilación femenina.
A finales del año pasado, el nuevo gobierno, formado por líderes civiles y militares, provisional hasta la celebración de elecciones en 2022, ya dio un paso hacia adelante al derogar leyes como la prohibición de que las mujeres se descubrieran la cabeza en público, llevaran pantalones o se reunieran con hombres que no fueran de la familia.
Los nuevos cambios anunciados atañen no solo ha algo tan humillante e hiriente como la ablación sino también a levantar el veto de que una mujer viaje sola, aunque sea con sus hijos, y a que el hecho de renunciar al islam se considere delito y merezca la pena de muerte como castigo.
Vientos nuevos para un país que ha vivido episodios tan espantosos como la guerra de Darfur, en 2003, soplos que han de ser tan potentes como para abortar todo intento de golpe de Estado por parte de hombres del antiguo régimen. Que la revolución no se frustre, que ni la tortura ni la discriminación reaparezcan jamás.
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