Es el primer domingo desde que se decretó el estado de alerta. Este viernes la mayoría de la población de mi ciudad ya estábamos en casa. Hubieran empezado las fiestas de La Magdalena e, igual que en otros lugares, hubo personas que cantaron, que regalaron con música a sus vecinos y vecinas, compartiendo esperanza; aquí un grupo de amigos muy jóvenes hicieron sonar desde sus ventanas y balcones la dolçaina, con una de las canciones de llamada a la fiesta. Yo no vivo ya en ese barrio, pero allí estaba la casa de mis padres desde que yo era muy pequeña, así que, enseguida, cuando me llega el video por washapp me imagino la fiesta, la marea de gente inundando las calles de alegría, el olor a pólvora, el humo y el ritmo de la mascletá del inicio de fiestas…y me reconforta, y me crece el buen humor. Está bien quedarnos en casa porque esos dolçainers y toda la ciudad nos merecemos otras fiestas.
En la madrugada del día 12 Henar RodrÍguez Navarro, profesora de la Universidad de Valladolid, nos envía a compañeros y compañeras de diversos lugares, una preciosa carta en la que, entre muchas otras cosas, nos recuerda que “creo ingenuamente en el lenguaje de la posibilidad, en que existen más esperanzas que desastres y más posibilidades que limitaciones”. En este texto señalaba la necesidad de guiarnos por las evidencias científicas; la transparencia informativa, manteniendo un equilibrio justo entre la prudencia y aquello que aún no está demostrado; la cooperación a distintos niveles (internacional, entre autonomías y con la oposición), incidiendo en que ahora no es momento de repartir el agua, sino de unirnos para que haya agua para todo el mundo, que es muy distinto; la flexibilidad, acompañamiento y seguimiento diarios ante los veloces cambios, mutaciones y efectos del virus.
Y que, para ello, la población deberemos cultivar durante los dos próximos meses cinco actitudes: disciplina social integrando las normas de seguridad; responsabilidad; tranquilidad; confianza y, unidad. Y concluía “Y esto, amigas y amigos aislados, no es más que la manera que yo tengo de deciros que hoy por hoy, aislada, me siento más unida a tod@s que nunca”. Y nos enciende sonrisas.
Otros amigos y amigas que tienen como oficio la música, el teatro, artistas solidarios y solidarias, renuncian gustosamente a sus bolos, antes de decretarse el confinamiento, que es lo que les da de comer para no convertirse en propagadores. También antes del cierre obligatorio, otras personas cierran sus negocios de hostelería por el mismo motivo. La cadena se multiplica en relación a otros campos. Desde editoriales, centros culturales, etc., cada día aparecen nuevos links para que podamos entretenernos estas semanas en casa, poniendo gratuitamente revistas, pinacotecas, películas a un clik de nuestro ordenador. Incluso selecciones de series infantiles adecuadas para las niñas y niños. Y nos regalan civismo y solidaridad. Debemos recordar a quienes no tendrán esa posibilidad por no tener acceso a las TIC.
Por eso, cuando acabe esta crisis debemos volcarnos en los conciertos, en el teatro, en el cine, en todos los ámbitos que les ayuden a continuar con su trabajo y a recuperar nuestra cultura. Y en una educación de calidad que no excluya absolutamente a nadie, en la que la excelencia esté unida a la equidad como nos recuerda la UNESCO.
El neoliberalismo no ha podido con el tejido de vecindad arraigado. Ya se ha organizado en Castelló una red segura de solidaridad ante la crisis del coronavirus, de soporte mútuo, en edificios y tramos de calles, ofreciendo ayuda al vecindario que lo necesite. Porque no todas las personas podrán salir a por sus medicinas o alimentos. Incluso una llamada telefónica diaria a las personas que estén solas, aunque dispongan de todo lo que necesiten, puede ser importante. Esas redes sociales que siempre han estado ahí afloran. E imagino que habrá iniciativas parecidas en otras ciudades. Nuevamente la generosidad de las personas muestra la mejor cara de la ciudadanía.
Se organizan aplausos colectivos al personal sanitario y es ese mismo personal, nos pasa el washapp una amiga que es médica, quien nos recuerda que eso es lo que hacen siempre, que no quieren que les demos las gracias por exponerse ellos y ellas y, consecuentemente, a sus familias, que ese es su trabajo y que lo que nos piden es que nos acordemos de este esfuerzo cada vez que algún partido político abogue por la sanidad privada o cuando les vuelvan a recortar los presupuestos. Hasta en esta situación defienden lo público, lo que es un bien social de todas y de todos.
Cuando nos enteramos de la convocatoria del aplauso colectivo, en casa me recuerdan al servicio de limpieza, a los tenderos y tenderas que nos irán vendiendo lo que vayamos necesitando para comer, al personal de las farmacias que nos facilitarán esas medicinas necesarias en algunos casos, a todas las personas que seguirán en su puesto de trabajo si son necesarias. Y, por lo mismo, pienso en el esfuerzo de periodistas y del personal de televisión y radio que nos ayudan a estar informados-as y a seguir el ritmo de nuestras vidas con sus programas musicales, por ejemplo. La música nos envuelve siempre y ayuda a seguir adelante. Nos regalan, además de información, cotidianeidad, alegría, tan necesaria en estos días.
En educación la alternativa parece que va a ser usar los medios digitales para trabajar con nuestro estudiantado en todos los niveles educativos. Nuevamente va a mostrarse una brecha digital entre el estudiantado que podrá acceder sin esfuerzo y el que no lo podrá hacer porque en su casa no hay ningún ordenador, por ejemplo. Se merecen que lo hagamos muy bien, porque ya ha quedado demostrada la importancia de la educación que nos humaniza. La que distingue las colas tranquilas y las compras razonables de las avalanchas humanas acaparando compulsivamente comestibles, desabasteciendo los estantes. O la actitud de algunos políticos expresando discursos racistas e insolidarios. Por eso es necesario educar desde la responsabilidad colectiva, desde el compromiso cívico.
Henar tiene razón cuando defiende el lenguaje de la posibilidad. Hay mucha más gente que no es insolidaria, lo que pasa es que los que solo miran su ombligo hacen mucho ruido, sobre todo entrando en tromba en un supermercado, o expresando discursos racistas, por ejemplo. Somos muchas las personas, yo diría que la mayoría, las que creemos que el futuro nos pertenece a todas y a todos, sin excepción. Por eso debemos desear que todo el mundo, hasta quien instrumentaliza desde la mezquindad y para su provecho esta crisis, supere el COVID-19, y que, a todas las personas, nos haga reflexionar sobre lo que realmente vale la pena defender en esta vida, sobre el modelo de sociedad que cuando todo esto acabe vamos a defender, por el que vamos a trabajar.
Porque una pandemia global es un punto de inflexión, estamos en el terreno de lo desconocido. Y podemos cada día, desde este momento, hacer que ese futuro sea posible.
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