
La solidaridad no entiende de género, de religión, ni tampoco de edad. Ser solidaria con el resto de personas es una decisión individual que contribuye de manera significativa a la comunidad. Tres abuelas de Campoli, Italia, Nicolina, Vincenza y María, quisieron cuidar y proteger a tres niños refugiados llegados desde África cruzando el mar Mediterráneo, tal y como informa El Eco.
Como hemos recogido previamente en DF, los y las menores refugiados son un colectivo muy vulnerable puesto que, si son de tempranas edades, sus padres han podido morir en la travesía y, en el caso de menores de entre 14 y 17 años, pueden acabar en redes de explotación sexual. Mujeres como Nicolina, Vincenza y María decidieron anteponer la bondad a los prejuicios racistas que a menudo justifican políticas de cierre de fronteras resultando en miles de muertes en el mar.
Cualquier gesto de solidaridad mejora la calidad de vida de las personas y permite avanzar hacia nuevos horizontes. Y las mujeres han demostrado jugar un papel protagonista en estos procesos, por ejemplo haciendo posible el sueño de una cooperativa de diseñadoras refugiadas en Palestina o trabajando de modo altruista como las mujeres educadoras de niños y niñas con discapacidad.
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