image_pdfPDFimage_print

Muchos niños y niñas sufren estrés tóxico debido a que se ven obligados a vivir adversidades muy graves que se pueden prolongar en el tiempo, como la pobreza extrema, el abuso o la negligencia. Según indican las investigaciones, una de las múltiples consecuencias que se derivan de ello es la posible debilitación de la arquitectura del cerebro en desarrollo y la activación, en permanente alerta, del sistema de respuesta al estrés. Esto se debe a que durante los periodos sensibles del desarrollo temprano, los circuitos del cerebro están más abiertos a la influencia de las experiencias externas. En esta etapa del crecimiento, el desarrollo emocional y cognitivo saludable es modelado por la interacción con las personas adultas, sin embargo una situación adversa extrema y/o crónica puede interrumpirlo porque el estrés tóxico que se genera como resultado activa toda una variedad de respuestas fisiológicas como, por ejemplo, incrementos en el ritmo cardíaco, la presión arterial y la hiperactivación de las hormonas del estrés como el cortisol, que pueden perturbar estos circuitos del cerebro en desarrollo. 

El hecho de que las personas podamos generar mecanismos de resistencia ante una determinada adversidad no es garantía de que lo vayamos a hacer en respuesta a otra. Por tanto, y en prevención de graves problemas de salud en el futuro como, por ejemplo, alcoholismo, depresión,  enfermedades cardíacas y/o diabetes, el reto que se plantea a la comunidad científica, es el de identificar qué factores tienen en común quienes sí desarrollan esa capacidad de resiliencia y así poder llevar a cabo acciones que contrarresten las consecuencias del estrés tóxico lo antes posible. Una intervención temprana puede sustituir sus efectos perjudiciales por beneficios perdurables en el comportamiento, el aprendizaje y la salud. 

Uno de los predictores más importantes son las relaciones de calidad tanto en el hogar como con el resto de personas de su entorno, escuela, vecindario, barrio, otros tiempos y espacios, etc. Los estudios en la materia constatan que los niños y niñas que tienen relaciones seguras, ya sea con sus padres o con cuidadores no parentales, apenas experimentan una mínima activación de cortisol cuando se sienten atemorizados por algún acontecimiento extraño. Las relaciones de calidad también suponen un factor importante a la hora de desarrollar la capacidad de recuperación ya que proporcionan los mecanismos de respuesta personalizada, andamiaje y protección que necesitan para construir competencias clave como la de planificar, supervisar y regular su comportamiento, poder ser resilientes y prosperar. Así pues, proporcionar esa red de relaciones de apoyo adulto-niño o niña les ayudará a vivir determinadas situaciones como oportunidades en la vida para aprender a manejar el estrés y canalizarlo y así construir la capacidad para hacer frente a los obstáculos y dificultades de la vida tanto física como mentalmente.

La investigación demuestra que existen formas de prevenir y evitar las nefastas consecuencias que se pueden derivar del hecho de sufrir determinadas adversidades, si es que no se llega a tiempo de evitarlas. Proporcionar una infancia segura, saludable y garante de oportunidades a todos los niños y las niñas sin excepción, es invertir en el futuro del conjunto de las sociedades, por tanto merecen la pena todos los esfuerzos.

👀 Visitas: 160

Secciones: portada

Si quieres, puedes escribir tu aportación