Falta un factor entre los esgrimidos para explicar el suicidio de Verónica R. tras la difusión de un vídeo sexual en el que estaba implicada. Es así pese a que los medios de comunicación han andado repletos de datos e informaciones.
Mujer de 32 años, casada y con un hijo de 4 años y otro de 9 meses. Empleada en una industria de camiones, hace cinco años había grabado un vídeo de carácter sexual con su novio de entonces, vídeo difundido actualmente por él al negarse Verónica a reemprender la relación.
Después de los datos, llega la extensión de la información. Crisis de ansiedad de la víctima debido a la presión que padecía en la fábrica, donde varios empleados incluso se desplazaban a su lugar de trabajo con tal de verla en persona. Presión en el entorno familiar, sin especificar de qué tipo y por parte de quien. Sea como fuere, el caso es que la mujer se sintió tan trastornada, o vilipendiada, o denigrada que optó por dejar huérfanos de madre a sus hijos.
Perpetrado el suicidio, se han sucedido las repulsas en diversas direcciones. Hacia el difusor del vídeo en primer término, hacia los que se regodearon viendo la grabación, hacia los que acosaron a la mujer con su curiosidad. Todo muy sincero a toro pasado. Todo en conjunto carente de un factor, como ha sido mencionado al inicio.
Preguntémonos, ¿tiene sentido a estas alturas de la historia universal que la gente se escandalice ante unas escenas sexuales? ¿Que ponga morbo al hecho, que lo utilice para escarnecer a la protagonista? Y fijémonos en el sujeto; siempre femenino, no masculino. Escandalosos y auténticos merecedores de oprobio son los casos de corrupción, de explotación laboral, de abandono de los inmigrantes, de contaminación ambiental y un largo etcétera capaz de repercutir en la vida de las personas. Las escenas de cama de Verónica no tienen ningún efecto en el desarrollo social, y deberían haber pasado sin pena ni gloria. Nos consideramos una sociedad avanzada cuando en realidad actuamos como años ha.
