
En el corazón de la Túnez colonial del siglo XX, cuando el peso de la tradición y el autoritarismo religioso se imponía sobre los derechos de las mujeres, surgió una voz luminosa y valiente: Tahar Haddad (1899–1935). Jurista formado en la Universidad centenaria de Ez-Zitouna, sindicalista comprometido y pensador islámico reformista, Haddad desafió a su tiempo con una propuesta radical: la emancipación femenina es compatible con el Corán.
Su obra más influyente, Nuestra mujer en la legislación islámica y en la sociedad (1930), fue un auténtico terremoto en su entorno. En ella, Haddad defendía que muchas de las restricciones impuestas a las mujeres en nombre del islam eran, en realidad, interpretaciones patriarcales alejadas del mensaje coránico. Sostenía que la igualdad, la educación y la participación social de las mujeres no eran amenazas, sino condiciones necesarias para el progreso de las sociedades musulmanas.
Una propuesta de reforma dentro del Islam. Lejos de adoptar visiones occidentalistas, Haddad invocó el principio islámico del ijtihad (interpretación razonada) para argumentar sus tesis. Para él, el islam no era un obstáculo, sino un punto de partida para la liberación. Como ha explicado Tatiana Hernández-Justo, su enfoque se basó en una lectura abierta, ética y humanista del islam, alineada con los valores de justicia y dignidad que el propio Corán promueve.
Antes de centrarse en la cuestión femenina, Tahar Haddad fue un pionero del sindicalismo tunecino. Participó en la fundación del primer movimiento obrero nacional junto a Muhammad Ali al-Hammi y publicó Los trabajadores tunecinos y el nacimiento del movimiento sindical (1927), un texto clave para entender el vínculo entre la lucha anticolonial y la defensa de los derechos sociales.
Y, amigas y amigos, como suele suceder, la reacción a su pensamiento fue dura. Su libro fue prohibido, su título universitario anulado y su figura perseguida y aislada. Ni siquiera los nacionalistas tunecinos lo defendieron en vida. Haddad murió con apenas 36 años, enfermo y excluido. Sin embargo, su legado sobrevivió. Fue rescatado más tarde y hoy es un símbolo de feminismo islámico auténtico y valiente.
En tiempos donde crece la oposición hacia los modelos de masculinidad opresora y violenta, la figura de Haddad puede ser leída también como otro de los pioneros referentes de principios del siglo XX de una Nueva Masculinidad Alternativa (NAM). No fue solo un jurista o un activista, sino un joven profundamente comprometido con su fe, con los derechos humanos y, con una coherencia destacable, con la emancipación de la mujer. Su figura nos recuerda que es posible —y necesario— construir sociedades más justas desde los propios cimientos culturales y espirituales de las sociedades. Y que, a veces, los héroes más grandes son aquellos que dijeron las verdades que mejoran la humanidad cuando más difícil era aceptarlas. Por suerte para todos, la verdad siempre queda y a lo largo de la historia resulta siempre aprovechada para un mayor bien común. Sumemos el ejemplo de Tahar Haddad al de cada vez más hombres reconocidos en su lucha por la igualdad entre hombres y mujeres, y un mundo mejor para todas y todos.
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