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«Valiente, rebelde, católica, viajera, de arrolladora personalidad y gran sentido del humor, a la que le gustaba a escribir, el Quattrocento italiano, el cine, leer, la fotografía, la montaña, el esquí, el tenis y los frescos pompeyanos». Así define Toya Viudes de Velasco, sobrina nieta de nuestra protagonista, Rosario de Velasco, a una de las artistas españolas más importantes del siglo XX a pesar de ser desconocida para el gran público.

Nació el 20 de mayo de 1904, siempre tuvo claro que podía llegar muy lejos y reconoció en vida que su mayor motivo de orgullo fue su voluntad. Por eso, alentada por su padre, dibujó incansablemente desde que tenía seis años. En aquel momento, la mujer tenía enormes dificultades para acceder al mundo artístico por lo que una excelente salida profesional era la de realizar ilustraciones para revistas como Vértice, Blanco y Negro o La Esfera, para las que trabajó Rosario de Velasco. Sin renunciar a cumplir su sueño, simultáneamente comenzó a enviar obras a certámenes de pintura y a las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes.

Participó por primera vez, en 1924, en la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid. En 1928 se encargó de ilustrar Cuentos para soñar, de su amiga María Teresa León, donde combinaba de modo magistral modernidad con tradición y, dos años más tarde, La bella del mar amor, de la misma escritora.

En 1931 participó en el XI Salón de Otoño de Madrid y en la exposición colectiva de la Librería Internacional de Zaragoza. En 1932, expuso en la muestra organizada en Valencia por la Sociedad de Artistas Ibéricos y obtuvo la Segunda Medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes, aunque el jurado la propuso para la primera, pero no había precedentes femeninos y finalmente no pudo lograrla. En 1932 expuso en Copenhague y en Berlín, también con la Sociedad de Artistas Ibéricos. En 1934 recibió el primer premio de la Exposición del Traje Nacional y estos galardones le abrieron las puertas de la pintura y la situaron entre una de las grandes artistas de su tiempo, llegando incluso a participar en exposiciones de la talla de las organizadas por el Carnegie Institute de Pittsburgh en 1033, donde expuso junto a Salvador Dalí.

«En Barcelona expuso en las mejores galerías, pero sin marchante que le abriera paso en un mundo tan competitivo y complicado como el del arte», cuenta Toya Viudes. Rosario de Velasco se centró en la técnica al óleo, empleando un estilo más libre y personal. Jugaba con la textura de las telas, los volúmenes y los procesos por los que pasaba la  obra, siendo esta una etapa muy fructífera en su producción. Firmaba sus cuadros con un monograma con sus iniciales entrelazadas y la familia siempre fue consciente de que existía un buen número de obras de Rosario de Velasco en manos de coleccionistas privados y que incluso ni ellos mismos sabían de su autoría. De este modo, para localizarlas, decidieron poner en marcha una campaña en redes sociales. La iniciativa fue un éxito y se localizaron muchas de las obras perdidas durante años que sirvieron para completar la gran retrospectiva que el Museo Thyssen-Bornemisza llevó a cabo en 2024.

Esta pintora cayóen el olvido, pero su obra supuso una clara recuperación del movimiento clasicista en una Europa de vanguardia que abogaba por una ruptura respecto a la figuración como modo de entender y enfrentarse a los problemas de la modernidad.

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