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Somos lo que somos por lo que aprendemos y lo que recordamos, nos dice Eric R. Kandel. Es obvio, pues, que en cuanto no se recuerda lo aprendido, lo experimentado a lo largo de los días, ya no se es nadie. La maldita senilidad, el maldito Alzheimer borra a las personas del tablero de la vida irremediablemente, hasta hoy. 

No es el caso de Kandel, el neurocientífico nacido en 1929 y autor de En busca de la memoria, estudio publicado en 2006. Contaba entonces 77 años de edad. De él se aprende que no es posible separar la mente del cerebro, aunque quizás a algunas personas les choque que la mente, sinónimo acaso de espíritu, provenga de un órgano físico, concepto alejado de la idea religiosa de la creación. Sin embargo, sostiene Kandel, es el cerebro, con ingentes células nerviosas y múltiples interacciones, lo que da lugar a la mente. Al conocimiento, al aprendizaje, a la memoria para seguir conociendo y para guardar lo aprendido en un cofre inestimable del propio cerebro.

Desde la aparición del Homo Sapiens, hace alrededor de 150.000 años, el cerebro humano no se ha modificado. Continúa con su capacidad para un conjunto de operaciones que dan forma a la mente, a las diversas mentalidades. Más o menos inteligentes; generosas o egoístas; bondadosas o malvadas. Todas dependiendo del tesoro de la memoria, esta que el envejecimiento debilita, la que en ocasiones la enfermedad anula por completo. Hasta que la medicina venza una de las peores lacras de que la humanidad es objeto.

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