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Louise May Alcott nació en 1832 y murió en 1888 en EE.UU. Desde el feminismo ya hace décadas que se está vindicando su novela Mujercitas. Pero también ha sido muy denostada por otras feministas desde una lectura reduccionista que omite el contexto en el que fue escrita. Ahora hace 153 años.

Investigadoras como Alison Lurie (2004) la vindican desde una revisión de los clásicos de la Literatura Infantil y Juvenil (LIJ). Lurie nos recuerda que, más de cuarenta años antes de que las mujeres obtuviesen el voto, Alcott ya era una feminista comprometida con los derechos de las mujeres y que, mientras escribía el libro, se inscribió en la Asociación Sufragista de Nueva Inglaterra. Patti Simith (2020), artista polifacética, nos cuenta que se reconoció en el personaje de Jo March porque se identificó con ella, no se parecía a ningún otro personaje femenino que hubiera leído, quería escribir, tropezaba, continuaba, suponía otro modelo de adolescente, de mujer. Patty Smith nació en 1946, es decir, muchas décadas después de editarse, Mujercitas continuaba siendo un referente para muchas niñas que se convirtieron en mujeres transgresoras. Smith defiende que crear el personaje de Jo en una época en la que la mujer no podía votar, era activismo.

Louise Berg-Ehlers (2018), en su selección de autoras de LIJ Inolvidables, aborda la importancia del contexto en el que Louise May Alcott creció. Su padre, Amos Bronson Alcott, fue un pedagogo reformador que creó una especie de American Bloomsbury, junto a otros amigos y amigas como, por ejemplo, la periodista S.Margaret Fuller, precursora en el periodismo, en el feminismo y en la defensa de la educación de la mujer; el escritor y filósofo Ralph W. Emerson; el escritor Theodore Parker, abolicionista;  el escritor Henry D. Thoreau, conceptualizador de la práctica de desobediencia civil o el escritor Nathaniel Hawthorne. 

Amaranta Sbardella (2021), siguiendo a Anne Boyd Rioux (2019), incide en que su madre, Abigail May, abolicionista y defensora de los derechos de la mujer, fue un modelo para sus cuatro hijas. Louise May Alcott, nos recuerda Berg-Ehlers, fue abolicionista y sufragista activa, por ejemplo, se inscribió en censos electorales cuando no se podía votar.  Además, se adelantó a Virgina Woolf vindicando una habitación propia e independencia económica. Recordemos que la obra de Woolf “Una habitación propia” se publicó en 1929. Alcott la vindicó antes de publicar Mujercitas en 1868.

Alcott se negó a casarse, transgrediendo las normas sociales en relación al lugar de la mujer en su contexto, vivió con libertad, con independencia económica. Sbardella explica que, tras lograr una situación económica más estable, se implicó en cuestiones sociales y fue colaboradora de The Woman´s Journal, un conocido periódico feminista. También participó en 1875 en el Congreso de la Mujer en Syracuse (New York) y, durante la guerra de Secesión norteamericana, trabajó como enfermera en el Union Hospital de Georgetown; allí se contagió de tifus. La medicación para curarse contenía mercurio y se intoxicó, esto produjo su muerte prematura con cincuenta y cinco años.

Freire evidenció que cuando leemos debemos relacionar el texto con el contexto en el que fue escrito y, además, siempre, con nuestro propio contexto. Es así como la lectura del mundo nos lleva a la lectura de la palabra. Como podemos saber más cosas acerca de nuestra propia realidad. 

Algunas de las aproximaciones a los clásicos de LIJ que se realizan actualmente olvidan que hubo escritoras como Alcott que, en un contexto esclavista, patriarcal, androcéntrico, vindicaron en sus obras y, también, en su propia vida, escribir y publicar, ser independientes económicamente, ser libres, enseñar y aprender, votar. Es decir, cambios importantes que defendieron en la ficción, rompiendo los límites del espacio doméstico, abriendo espacios profesionales y opciones vitales a las niñas. Se comprometieron con el cambio social, contra la esclavitud, desde acciones concretas a favor de los derechos humanos. En su contexto sociohistórico significaba una tremenda transgresión. Rompieron límites que, en la actualidad, en determinados contextos, sigue siendo necesario transgredir.

Las lecturas y (re)lecturas reduccionistas lo único que consiguen es colaborar en seguir invisibilizando nuestra genealogía de escritoras evitando su inclusión en el canon de la LIJ, en el currículum educativo. Nos precedieron. En contextos mucho más difíciles de los que ahora vivimos. Ellas lograron para las que vinimos después que podamos votar si así lo consideramos, generaron expectativas de todo tipo para muchas niñas y, también, para muchas mujeres. No se merecen que maltratemos su memoria.  Sbardella explica que, por ejemplo, Alcott luchó por el derecho al voto femenino, logrando que se consiguiera en Concord por primera vez, en la elección de un consejo escolar local. Una revolución en su contexto. Jenn Diaz (2015) recoge que en 1878 fue la primera mujer de Concord en inscribirse al censo local, consecuentemente fue elegida como secretaria del comité de las sufragistas.  

Irene Vallejo (2020) en su bellísimo ensayo “El infinito en un junco”, que solamente se puede escribir cuando además de saber mucho sobre la lectura se ama profundamente, nos recuerda: “los cánones revelan mucho de quien los formula y de su época. Así, en los nombres elegidos afloran prejuicios, aspiraciones, sentimientos, ángulos ciegos, estructuras de poder y autovalidaciones. (…) El clásico supera los límites temporales, retiene un significado para las épocas venideras, vive. Emerge indemne del proceso de ser puesto a prueba día a día. Aunque atraviese épocas oscuras, no se rompe su continuidad. Supera giros históricos, incluso sobrevive al beso de la muerte de su consagración por parte de fascismos y dictaduras”.

Estamos atravesando una de esas épocas oscuras, una pandemia que podría ser el argumento de cualquier obra distópica. Pero podemos sembrarla de esperanza, de futuro. Seguir vindicando la lectura y el lugar de las escritoras en nuestras clases, también es una manera de hacerlo. Podemos seguir rompiendo el ángulo ciego, el canon establecido siempre desde ideologías concretas, imaginar, construir otro en el que las escritoras, su contribución al cambio social y su lucha contra las desigualdades y contra la injusticia desde su escritura, no sea omitida, excluida, ni negada.

 Sembraron luz, nos la regalaron, podemos proyectarla.

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