Imagina Edmund Wilson a un académico inmerso en la investigación que le ocupa. Él mismo fue un reconocido ensayista y crítico literario, nacido norteamericano en 1895 y fallecido en 1972. Imagina al erudito absorto en su afán cuando una llamada en la puerta le interrumpe. ¿Cuál puede ser su reacción?, se plantea.
Observemos que Wilson se había interesado en especial en las ideas de Karl Marx y Sigmund Freud, influencia que no sabemos si acaso inspiró su respuesta. Pues bien, la reacción que él vislumbra es la del estudioso levantándose de su escritorio, yendo hacia la puerta, abriéndola y descubriendo allí erguido al advenedizo. Acto seguido, lo estrangula y regresa a su tarea.
Caricatura extrema del sabio concentrado en su labor, dedicado en exclusiva a lo que tiene entre manos. Por lo demás, una hipérbole con posible aplicación a otras categorías de obsesos. La de aficionados al fútbol capaces de aporrear a quien les impidiera visionar un partido. La de adictos al móvil, cabizbajos y ciegos a todo lo demás, capaces de abofetear a quien les sacara de su abstracción. La de obsesos sexuales como Roger Ailes, retratado en la película El escándalo, prestos a despedir a quien les interrumpiera en mitad del acoso.
Estrangular, no; no llegarían a tanto, pero desbarrar, sí. Se tratase de estudiosos como el concebido por Edmund Wilson o de mediocres ofuscados por pasiones estúpidas o perversas
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