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Por algún motivo será que las bananas se venden más baratas que los plátanos canarios. Hoy se hará público en París que el gobierno galo hizo caso omiso durante décadas a la utilización de un peligroso pesticida en las islas Martinica y Guadalupe, departamentos franceses. El clordecona es un cancerígeno prohibido en la Francia continental, conocido desde hace tanto tiempo que en la RFA ya fue ilegalizado en 1980 y en la RDA en 1983, amén de otros países además de los alemanes. 

En las dos islas citadas, desde 1972 a 1993 el pesticida impregnó principalmente las plantaciones bananeras, y ante el reciente anuncio de que Francia asumirá al cabo su culpabilidad de cariz colonialista, los cultivadores de plátanos en las Canarias se han apresurado a puntualizar que allí nunca se ha empleado el clordecona. Como siempre, quienes tienen menor poder adquisitivo reciben las peores consecuencias.

El pesticida no se degrada, y persiste en la tierra, el agua y toda la cadena alimentaria. Con una población total de unas 800.000 personas, más del 90 % de los habitantes de ambas islas presentan rastros de clordecona en la sangre. Además de cancerígeno, el veneno perjudica a las embrazadas con efectos en el feto, con partos prematuros y retardando el desarrollo de los recién nacidos.

Tan escandaloso como que fuera permitido en las Antillas lo que estaba desterrado en la metrópolis es el hecho de que, a pesar de saberse su toxicidad, el plaguicida no haya dejado de fabricarse. Qué países lo compran y quienes son las víctimas no resulta fácil conocerlo. ¿Tendrán que transcurrir más años y originarse más damnificados hasta que otro gobierno entone el mea culpa? No vivimos en un mundo del que se pueda estar satisfecho.

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