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En un año, el gobierno de los EE.UU. ha extorsionado cruelmente a miles de inmigrantes sustrayendo de sus padres y madres 69.550 menores de edad. Cifra exacta proporcionada tanto por el Public Broadcasting Service (PBS) como por la Associated Press (AP). En ningún país con tasas de inmigración importantes se ha producido un quebranto semejante, una violación tan flagrante de los derechos humanos.

Imposible no asociar la imagen a los métodos nazis de separar a las familias antes de confinarlas en campos de concentración. Recintos de exterminio a los cuales eran enviados los hombres por un lado y las mujeres con sus hijos por otro. Desechemos sin embargo tal comparación y hagámoslo respecto de otros países democráticos del mundo actual. Según las informaciones de PBS y AP, en ningún otro lugar con significativa inmigración se han registrado acciones del calibre estadounidense. Canadá, por ejemplo, llegó a tener como máximo 2.000 menores bajo custodia estatal en 2013; Gran Bretaña, fueron 42 en 2017.

El gobierno presidido por Donald Trump hace infelices a millares de criaturas, algunas muy pequeñas, indiferente a su llanto externo o interior. Al llanto también de los adultos. Unos y otros se hallan a merced de ser deportados y a menudo por separado, a merced del arbitrio de mantener a los pequeños en albergues o entregados a familias autóctonas.

¿A qué suena todo esto? Esto que está ocurriendo en una sociedad democrática pionera que se está ensuciando impunemente. La ONU calla; los países menos poderosos callan; los más débiles, obviamente, también. Para vergüenza de la Humanidad, el dolor de tantas personas no despierta repulsas contundentes. 

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