Apreciada joven,
Habiendo conciliado el sueño por la noche en mi cama hospitalaria, algo por lo común difícil de conseguir, un toque en el hombro y una voz fresca me despertaron. Allí estabas tú, lozana, rotunda, espléndida cabellera oscura semi recogida, dispuesta con toda energía a llevar a cabo tus obligaciones.
Eran las dos y media aproximadamente. Me tomaste la presión, me pusiste el termómetro, comprobaste en el monitor los latidos de mi corazón. Hiciste que me colocara de lado, y mientras canturreabas alegre me masajeaste con crema la espalda, las piernas, los pies. Jamás me había ocurrido algo semejante de madrugada. Comprobaste que los medicamentos que más tarde debería tomar estaban en orden y a disposición.
Tu indiscutible eficacia se combinada con tu aspecto agraciado y saludable. “Volveré para comprobar las constantes”, me avisaste, sin advertir que era como una amenaza. “Pero si estoy durmiendo…”, osé decir. Guardaste unos segundos de silencio antes de consentir, “de acuerdo, si estás dormida te dejaré”.
Quizás lo irás aprendiendo por ti misma, ya que es de notar que no consta en los currículos de medicina. Al lado de los protocolos médicos se halla presente el ser humano en particular. Junto al dolor físico está el malestar moral, el desasosiego, y un sueño reparador nunca debería ser interrumpido. La curación no solo es académica.
Gracias, de todas formas, por tu esmero. Debes de estar comenzando a ejercer la profesión, y serás, ya eres, una excelente enfermera. Eres, además, una entregada y buena persona.
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