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Convención de Ginebra .Foto de archivo ICRC

El mundo sigue asolado por guerras cuando este mes de agosto se han cumplido 70 años de una Convención que pretendía dulcificar los conflictos bélicos. El vocablo dulcificar usado en sustitución de rutinario humanizar, habida cuenta que, objetivamente observado, el verbo humanizar no significa conducir a la bondad sino todo lo contrario. Disquisiciones aparte, lo cierto es que, utilícese una u otra expresión, ninguna resulta adecuada entre la crueldad inherente a todas las guerras.  

Celebrada el 12 de agosto de 1949 en la ciudad que lleva su nombre, esta IV Convención llevaba impresos los horrores de la conflagración acabada cuatro años antes, y pretendía en especial proteger a la sociedad civil de futuras masacres. Buenas intenciones que incluían la salvaguarda de hospitales y personal clínico, los cuales, al igual que las personas, no debían ser objetivos militares. Actualmente, este Convenio y las sucesivas ampliaciones está suscrito por todos los miembros de las Naciones Unidas, pese a lo cual su quebranto se ha hecho patente en todos los conflictos armados, sea en Siria, Afganistán, Irak o en Estados africanos. Se han bombardeado y se bombardean ciudades, hospitales, ambulancias. 

Se trata pues, de un Protocolo que, como tantos otros, se ha convertido en papel mojado. Es así pese a que partía de una ambición tan mínima que daba por sentada la irremediable guerra entre humanos. Solo dos pasos valientes podrían lavar la suciedad de la condición humana. Uno sería el cumplimiento de los acuerdos suscritos hasta ahora. Y el siguiente, la introducción en el protocolo del desterramiento del belicismo. Cuándo tan solo el dialogo sea el medio para resolver los conflictos, entonces el término humanidad merecerá ser tenido como sinónimo de benignidad.

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