Nacida en Francia en 1758, recibió una buena educación que junto con sus dotes y habilidades intelectuales la convirtieron en una mujer culta y erudita. Dominaba varios idiomas, latín e inglés entre ellos. Asimismo estudió pintura y fue una diestra dibujante y grabadora.
Lo cierto es que llegó a la ciencia al casarse con Antoine Lavoisier; sin embargo, se ganó un lugar destacado en su trabajo en el laboratorio con su marido gracias a su gran inteligencia, en el que, aunque en un principio comenzó como ayudante, pronto trabajó de forma productiva en los trabajos de investigación de Antoine Lavoisier.
Este químico formó un equipo de trabajo, por supuesto Marie -Anne Pierrette Paulze ocupó un lugar destacado tanto en el trabajo experimental como en todo lo necesario para facilitar la investigación, ya que tradujo textos del latín y del inglés necesarios para avanzar en la investigación. Tradujo, por ejemplo, el libro de Richard Kirwan sobre el flogisto, lo que le sirvió a Antoine Lavoisier para establecer nuevas teorías, y rebatir las tesis de Richard Kirwan.
Pero la importancia de la traducción que realizó Marie -Anne Pierrette Paulze trasciende el hecho de que sirviera para la investigación sino que da cuenta de su conocimiento de las teorías y terminología científicas. No solo tradujo el texto sino que también lo anotó y criticó para señalar los errores de la teoría en abundantes notas a pie de página.
Realizó más traducciones imprescindibles para el avance de la ciencia en el campo de la química. Esto mismo es válido para hablar de su labor como ilustradora.
Fruto del trabajo de este equipo fue el Método de nomenclatura química. Se les podría denominar “Padres de la química moderna “.
Así, esta mujer no es solo una colaboradora sino que su sólida formación científica le permitió estar a la altura de las tareas que desempeñaba. Existen testimonios que nos dicen que participó activamente en los estudios que dieron lugar a la nueva ciencia química. De hecho, en su círculo era vista y tratada como una científica por derecho propio.
En vida de su marido era la anfitriona del salón científico en su casa al que acudían las personalidades más relevantes de la intelectualidad científica de la época, una vez muerto Antoine Lavoisier, ella mantuvo el salón científico durante toda su vida.
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