La idea de un elefante en una cacharrería es una sugerente imagen abstracta del poder de una gran bestia entre objetos delicados. Lo que nunca había surgido era la imagen de enormes paquidermos apiñados en un camión. Y sin embargo, se ha hecho patente que esto es posible, dando testimonio de que la crueldad humana no conoce límites.

Nos hemos enterado por diversos medios de comunicación, lo hemos visto en fotografías. Un camión de circo volcó y en su interior aparecieron cinco elefantes, uno de los cuales murió y los demás quedaron heridos. ¿Cómo había de ser semejante vehículo? Por grande que fuera, resulta difícil figurarse cómo pudieron ser introducidos cinco inmensos animales en su caja. ¿Estaban sedados, los habían encajado a latigazos, cuál era el grado de padecimiento de los desgraciados elefantes? Y una pregunta más, ¿en qué país vivimos?

Una crueldad de tal envergadura no habría sido posible si en España existiera una ley estatal contra la exhibición de animales en los espectáculos de circo. Sorprende, e indigna, que en medio de incesantes proclamas de unidad e igualdad se permita que en gran parte del Estado no se sigan las buenas prácticas de comunidades como Murcia, Galicia, Baleares y Cataluña, lugares donde, por ley, los animales han desaparecido de los circos. España, siempre tan orgullosa de sí misma, debería equipararse a países como Grecia, Austria, Holanda, Bélgica, México, Perú y otros más donde el respeto hacia los animales no humanos los dignifica.

El hecho de que la inteligencia humana sirva para la utilización de los animales que no han alcanzado el mismo nivel de desarrollo está siendo cuestionado ampliamente entre filósofos, moralistas, historiadores, biólogos. No se trata de un capricho de los grupos animalistas. Es, pura y racionalmente, un tema de sensibilidad emocional. O si se prefiere, de auténtico avance cerebral humano.

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