
El 15 de diciembre fue el día en que rompí el silencio. En la cena de Navidad de CREA, con el corazón latiendo con fuerza y la voz temblorosa, conté que durante mi tiempo de becaria sufrí tratos inadecuados que me dañaron profundamente. Y confesé sin decir nombres que, como Blancanieves, también mordí una manzana envenenada: acepté seguir en ese entorno a pesar del malestar, del dolor, del impacto que ya era evidente en mi salud física y mental.
Hoy veo en algunos medios que hablan de ser las becarias de CREA quienes tienen contratos estables y los medios las presentan como víctimas cuando fueron ellas las que nos trataron mal a las que sí somos víctimas. Está claro que estas personas que hoy se colocan en el lugar de víctimas y atacan a Ramón Flecha acusándolo de cosas gravísimas lo hacen para encubrir las conductas inadecuadas que han tenido con personas como yo. El feminismo internacional deja muy claro que hay que dar voz a las víctimas y somos ocho las becarias víctimas que reportamos a la Comisión de Igualdad de CREA comportamientos inadecuados con nosotras de quienes sí han tenido voz en esos medios.
Para quienes han dicho falsedades en esos medios, esta campaña mediática es una venganza contra nosotras las víctimas por haber pedido apoyo y una venganza contra quienes nos han apoyado. Después de compartir mi experiencia, algunas personas de CREA me ofrecieron su apoyo inmediato, su comprensión y su afecto. A todas ellas, gracias. Pero hay un nombre que necesito destacar: Ramón Flecha. Desde siempre, Ramón ha tenido un posicionamiento claro y firme contra cualquier tipo de violencia. Precisamente, por haberse atrevido a apoyarnos públicamente a quienes hemos roto el silencio, hoy está siendo víctima de una campaña de difamación. Está sufriendo una violencia aisladora por haber hecho lo que tantos y tantas aún no se atreven a hacer: protegernos, posicionarse, defendernos sin ambigüedades. Ya lo hizo en 2004, en 2016, y hoy lo vuelve a hacer, sabiendo lo que eso implica. Y yo no puedo sino agradecerle profundamente su valentía, su coherencia y su integridad.
Nadie debería vivir eso. Nadie tiene por qué soportar tratos inadecuados, esté en la posición que esté o tenga el tipo de contrato que tenga. Porque este tipo de violencias no dependen del lugar ni del rol: pueden darse en cualquier entorno, en cualquier institución. En mi caso, ocurrió en una universidad. Ninguna persona, sea cual sea su situación, merece sufrir tratos inadecuados, ni callar por miedo. Yo soy la víctima del 15 de diciembre. Y lo vuelvo a decir hoy porque callar no es una opción. Porque nadie tiene que aguantar tratos inadecuados. Porque las personas que se posicionan a favor de las víctimas no deben ser castigadas, sino reconocidas. Porque cuando una habla, otras se atreven. Y porque la verdad, por incómoda que sea, siempre es necesaria.
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