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Ante las denuncias de acoso sexual que involucran a Íñigo Errejón, las respuestas ofrecidas parecen cada vez más absurdas y menos fundamentadas en la ciencia y el rigor. Se ha planteado que, para abordar este problema, el partido político desarrollará una serie de cursillos de formación sobre acoso sexual y aplicará los protocolos aprobados meses atrás. La izquierda es experta en invertir en propuestas semejantes. Sin embargo, estas propuestas ya han sido cuestionadas por el movimiento #MeToo y la ciencia hace años.

Desde hace mucho tiempo, ciertas personas se han beneficiado en nombre del feminismo, ocupando posiciones de poder y gestionando entidades que ofrecen formaciones como supuestas soluciones mágicas al problema del acoso dentro de las organizaciones. Sin embargo, lo que no se evalúa es quién imparte estas formaciones. Si el objetivo es meramente lucrativo, las víctimas seguirán siendo perjudicadas. La experiencia en universidades, por ejemplo, demuestra que muchos casos de acoso no se han resuelto debido a que quienes debían proteger a las víctimas se alinearon con los acosadores.

Las formaciones y talleres solo tienen sentido si se sustentan en evidencias científicas de impacto social y si quienes los imparten tienen un compromiso claro con las víctimas, no con los acosadores. De lo contrario, estas soluciones mágicas resultan ineficaces. Lo mismo ocurre con los protocolos: son necesarios, pero sin un compromiso real de actuar conforme a la evidencia y al lado de las víctimas, estos se convierten en meras formalidades. En lugar de seguir inventando soluciones superficiales, es fundamental que se actúe con un compromiso genuino y basado en la ciencia, para garantizar la protección efectiva de quienes han sido víctimas de acoso.

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