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Gertrude Elizabeth Margaret  Anscombe, filósofa británica nació en 1919. Recibió su formación filosófica en Oxford. Además de dedicarse a sus propias investigaciones, impartió clases en Cambridge, entre otros sitios.

Un concepto clave en su filosofía es «la intención». «¿Qué diferencia los actos intencionados de los que no lo son?». Si alguien tiene una intención, se muestra en que también lleva a cabo esta intención, es decir, actúa. Las personas son autónomas en este sentido.  Elizabeth Anscombe no era partidaria de una obligación moral, se oponía al utilitarismo y al consecuencialismo,  las mismas acciones en sí más allá de las consecuencias eran buenas o malas, por ejemplo  argumentaba que ciertas acciones (como matar inocentes) son intrínsecamente malas, independientemente de las consecuencias.  Anscombe se centraba en la acción en si misma, y la vida según la pensadora es contradictoria.  Pero a la vez, Elizabeth Anscombe tenía una gran confianza en la capacidad del ser humano para actuar con autonomía. En 1974, se publicó su libro Modern Moral Philosophy.

En su libro War and Murder, publicado en 1961, combate el rearme nuclear. Aboga a favor de poner por encima de todo la protección de la población civil.

Elizabeth Anscombe defendió la independencia de las mujeres, y concretamente, el problema de la contracepción. Intervino firmemente a favor de la responsabilidad individual de las mujeres pero a su vez, en su propia libertad por un lado decía estar en contra de una regulación por parte de la iglesia, y luego en su posición personal se declaraba antiabortista. 

Se hizo muy conocida como intérprete de Ludwig Wittgenstein, el gran filósofo del lenguaje. Fue su discípula directa y una de los tres legatarios de su testamento. Después de la muerte de Wittgenstein, estuvo al cuidado de su legado filosófico y tradujo algunas de sus obras, como las Investigaciones filosóficas, que mereció muchos elogios.

A Elizabeth Anscombe siguió tanto las obras de Wittgenstein lógico, como también las aportaciones últimas. Como para él, la relación entre hablar y actuar tenía para ella una gran importancia. Los dos estaban de acuerdo en que el lenguaje es para usarlo, no es una entidad abstracta ni en absoluto sagrada; siempre hace referencia a la práctica.

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