De todos es conocida la magnífica luz del Mediterràneo que el pintor Valenciano Joaquin Sorolla y Bastida (1863-1923), era capaz de captar en sus cuadros. Pero no es tan conocida otra faceta del pintor, no tan visible pero seguro que igual o más gratificante, la de cuidar y cultivar las amistades transformadoras que le hacían aprender y mejorar en sus ideas, pensamientos, reflexiones y aprendizajes.
El protagonista principal del cuadro que encabeza este artículo es una de estas amistades que Sorolla cuidó e hizo crecer dedicándole tiempo, esfuerzo y pasión.
El neurólogo Luis Simarro Lacabra (1851-1921) és uno de los grandes olvidados o silenciados de la ciencia española. Aunque nacido coyunturalmente en Roma, era de familia Valenciana. Quedó huérfano a los 3 años y desde entonces pasó su infancia y adolescencia en internados de Xátiva y Valencia. Simarro logró transformar las dificultades en oportunidades, estudió duro hasta convertirse en catedrático de medicina, peró además dio mucho sentido a su vida a través de las amistades que, como Sorolla, también cuidó y cultivó. Siempre fueron una prioridad fundamental, pero sobre todo fue a partir de 1903 cuando falleció su amada esposa, quedando éste viudo y sin hijos, que se dedicó a sus amistades. Desde Ramón y Cajal, hasta Juan Ramón Jimenez pasando por el mismo Sorolla, y también muchos de sus alumnos a los que solidariamente acogió en su casa, son algunos de sus amigos.
Luis Simarro y Joaquin Sorolla mantenían una relación epistolar donde se comprueba la constante preocupación del médico por la salud del pintor y de su familia, y el interés constante del pintor por el trabajo del científico, y fue en esta relación de amistad cuando el pintor valenciano empezó a pasar largas jornadas en las que acompañaba y pintaba a su amigo Luis, fascinado por la investigación científica y por las jornadas de estudio que presenciaba. Algunas de estas obras fueron regalo del pintor, y la más reconocida fue la titulada “Una investigación”
La única fuente de luz del cuadro “Una investigación” es la de la lámpara Auer, que ilumina el trabajo del médico, de sus colegas y discípulos que aprenden de y junto a él. Es una luz muy diferente a la que todos tenemos en mente al hablar de Sorolla, pero al conocer su historia, sigue siendo una luz muy bella, ya que ilumina la relación de amistad y de profundo reconocimiento, respeto y admiración del pintor por los gustos e intereses de su amigo el doctor”
Igual que las NAM, Sorolla y Simarro tuvieron éxito en sus campos diferentes, y de ambos ha llegado hasta nuestros días la importancia que le daban y el tiempo que dedicaban a sus relaciones de amistad. Amistades entre dos hombres, que llenas de respeto, solidaridad, esfuerzo, pasión y admiración, dan sentido y ponen atractivo hacia el conocimiento, la superación y el aprendizaje.
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