Considerar empresa a una organización paramilitar es una cínica osadía. La de Vladimir Putin al referirse a Levgueni Prigojin como empresario tras sufrir un accidente de aviación. Líder del Grupo Wagner, Prigojin murió el pasado 23 de agosto cuando el avión civil en que viajaba se estrelló en Tver, Rusia. Con él fallecieron siete pasajeros y tres pilotos, confirmando aquello de, “dime con quién vas y te diré quién eres”, y también aquello de, “quien mal anda, mal acaba”.
El historial del Grupo Wagner, fundado en 2014, reúne a una red de mercenarios bien pagados para matar que actúan principalmente, o han actuado, en Sudán, la República Centroafricana, Mali, Libia, Mozambique, Siria, y presentes como última hora en Ucrania. Su fruto es la vulneración de los derechos humanos, no obstante, tras nueve años de vigencia siguen en pie, ningún Tribunal Internacional los ha denunciado, no han sido perseguidos. Su cabecilla ha desparecido, pero tendrá sucesor.
Se especula sobre si el aparato en que volaba Prigojin explotó o fue abatido por un mísil, es decir, el accidente se considera provocado. Aunque Putin haya elogiado Prigojin como empresario y haya enviado su pésame a parientes y amigos, la opinión general le atribuye el atentado como venganza por el desafío de Prigojin a su poder como jefe de todas las Rusias, en lenguaje arcaico.
Es probable que nunca se establezca una certeza al respecto, sin embargo, en medio de la duda, valga recurrir a un proverbio, “quien a hierro mata, a hierro muere”. El tiempo dirá.
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