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Dice la moraleja que no quieras para otro lo que no quieras para ti. Ergo, siendo que Yusuke Narita pertenece a una cultura tan estricta y ordenada como la japonesa, él acabará con su vida voluntariamente antes de envejecer.

El profesor nipón, asistente de Economía en la Universidad de Yale, se ha interrogado en público sobre cómo es posible soportar en su país la carga económica que comporta la creciente población envejecida. También públicamente ha aportado una respuesta: suicidio, aceptación de que la propia vida ya es nociva para el conjunto de la sociedad. La edad en que Narita sitúa el umbral de vejez es algo ambigua, aunque se deduce que la jubilación constituye una medida adecuada. Cobrar una pensión sin producir, enfermar con frecuencia tal como suele atribuirse al peso de los años, molestar a las hijas e hijos con la presencia de continuos achaques, todo ello constituye un panorama desechable.

A sus 37 años, y dado que el tiempo vuela, Narita ya debería ir cavilando sobre su propia extinción. Sea por propia mano, sea por una ley sobre la eutanasia que la convierta en obligatoria, tal como ha insinuado. Que el profesor japonés no gira bien se constata al observar cómo sus propuestas se contradicen con el esfuerzo médico por alargar la vida de las personas, con el valor añadido que los jubilados aportan con su consumo y actividades, y obviando el cariño que existe entre familiares de distintas generaciones.

Si lo que pretende es llamar la atención con exabruptos, si acaso no puede hacerlo por méritos académicos, lo ha conseguido. Ha gozado de diversas entrevistas donde ha sido interpelado sobre su proposición, si bien se echa de menos una pregunta interesante. ¿Por qué medio piensa él suicidarse cuando llegue su hora?

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