La crisis climática, las armas convencionales o las atómicas nos atemorizan, y un fácil recurso es desviar nuestro pensamiento, entretenernos con cualquier cosa, evadirnos de la realidad. Muestra inefable de impotencia frente a unos poderes perversos. Vacaciones, playa, montaña, festivales, espectáculos varios mientras la espada de Damocles pende sobre nuestras cabezas. La contaminación medioambiental, la desigualdad creciente entre ricos y pobres, las guerras esparcidas por el mundo, una en Europa.
El Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) entró en vigor el 5 de marzo de 1970, hace ya mucho tiempo. En el año 2017, una campaña para la prohibición de las armas atómicas recibió el Premio Nobel de la Paz. Textos, buenas intenciones que chocan contra el muro indestructible del belicismo. También trampas, porque en el TNP se permite la posesión de armamento nuclear a cinco países, EE.UU., Unió Soviética (ahora Rusia), República Popular China, Reino Unido y Francia, precisamente los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, con poder de veto para todo lo que no les convenga.
Llegado julio de 2022, Rusia, invasora de Ucrania, amenaza veladamente con el uso de armas nucleares, la OTAN se extiende, los arsenales crecen y la gente que piensa se indigna ante el ingente gasto militar. El gobierno español se propone una inversión del 2% del PIB en armamento. Los impuestos se utilizarán más para las armas que para tantas necesidades sociales que urgen.
El miedo se nos pone en el cuerpo ante una locura de aquí, allá y más allá tan peligrosa como repugnante. Es así, aunque pretendamos fingir que somos libres distrayéndonos con, cómo y dónde nos está permitido, por ahora.
