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Cada vez se conocen y se promueven más proyectos de crowdsourcing, traducido como colaboración abierta distribuida, que consiste en que un grupo de personas o comunidades se “junten” online para utilizar plataformas para realizar y distribuir tareas con un objetivo común. Un ejemplo de crowdsourcing es el conocido como ciencia ciudadana, es decir, un trabajo voluntario colaborativo entre ciudadanía no especializada y personas científicas que avanza en el progreso científico.

Se ha hablado mucho de los beneficios del crowdsourcing, como una mayor rapidez a la hora de lograr los objetivos propuestos, así como una mayor diversidad que aportan las diferentes experiencias y conocimientos de los y las usuarias. Sin embargo, también hay cuestiones en debate en torno al crowdsourcing que, a medida que vayamos debatiendo y discutiendo, iremos encontrando nuevas formas de resolver. Por un lado hay una cuestión ética, ya que hay quienes plantean que el crowdsourcing puede ser una forma de explotación de las personas voluntarias. Otra de las críticas o cuestionamientos se centra en si se confía o no en el conocimiento de las personas voluntarias, o si sería necesario un “control” por parte de personas expertas. 

Sin embargo, plataformas participativas como Sappho y Adhyayana, en las que toda la ciudadanía puede acceder para consultar evidencias científicas sobre género y educación y al mismo tiempo contribuir a ellas, muestran que es en diálogo entre todas las personas, científicas y no científicas, de diferentes contextos y con una gran diversidad de experiencias, culturas, ideologías, etc, que podemos mejorar la ciencia y su impacto social.