Ya han concluido los Juegos Olímpicos de Tokio 2020. Mi familia era (y sigue siendo) apasionada del deporte, lo han practicado y lo siguen practicando. Aprendí a valorar en casa el esfuerzo de los y las deportistas (ahora en pandemia mucho más) y la belleza de algunos deportes, a integrar el deporte en mi vida como medio de salud y de disfrute, pero siempre me dio bastante igual el deporte competitivo, así que, cuando las olimpiadas convocaban a mi gente en torno a la televisión y la prensa cada día, nunca me emocioné como el resto de mi familia. Me dejaban tranquila. Se lo agradecía. A mi alrededor, familiares y amistades corrían, nadaban, surfeaban, jugaban a fútbol, a baloncesto, a tenis… Yo jugaba en equipos escolares (con entrenadoras que nos querían a todas campeonas, algo imposible en mi caso, y que, en lugar de hacernos amar el deporte, a golpe de pito lo convertían en tedioso) o universitarios (seguía siendo muy mala, pero me lo pasaba muy bien porque, realmente, lo que importaba, era el deporte genuino), aquí descubrí lo que era en realidad trabajar en equipo y realmente me daba igual ganar o perder, lo que me gustaba era jugar. Ganáramos o perdiéramos siempre era una fiesta.
En la actualidad el delirio por ganar hace que en el deporte infantil se produzcan escenas tristes y vergonzantes de padres o madres gritando al equipo contrario de sus hijos-as o directamente agrediéndose entre sí. La pívot de la selección española de baloncesto, Laura Gil, increpada por no obtener los resultados esperados, tuvo que recordar que en el deporte no siempre se gana y que hay que saber perder y ganar. Tiene mucha razón. Y Adriana Cerezo, de 17 años, apodada por sus compañeros-as la Niña Maravilla, plata en taekwondo, pedía que le gritaran para animarla; la periodista Eleonora Giovivo cuenta que el combate olímpico de Adriana está rodeado de ambiente de familia en domingo porque disfruta lo que hace. También el italiano Gianmarco Tamberi y el catarí Mutaz Essa Barshim formaron el primer podio olímpico conjunto en atletismo desde 1912 como campeones olímpicos en salto de altura. Acabaron igualados y renunciaron a desempatar prefiriendo compartir el oro. Ese es otro buen ejemplo de deportividad.
Las mujeres como deportistas olímpicas han realizado un largo camino desde la primera edición en Atenas en 1896 en la que se les prohibió participar. También han roto marcas en Tokio, seis mujeres atletas han bajado de los 11s. Marie-Josee Ta Lou, de Costa de Marfil, ha bajado a 10,78s, una marca con la que habría quedado primera o segunda en todos los Juegos de la historia.
En 1900, en la segunda edición en París, participaron 22 mujeres de un total de 997 atletas. Para apreciar cómo estaba el tema, pensemos que Margaret Abbott fue la primera mujer estadounidense en participar en unos Juegos y ganar el torneo de golf femenino, pero murió sin saber que era campeona, porque los Juegos Olímpicos se organizaron como cualquier otro pequeño torneo de golf y apenas se publicitaron, por lo que Abbotts no supo nunca que estaba participando en las olimpiadas, ni tampoco que había sido campeona olímpica. Muchas delegaciones excluyeron a las mujeres a propósito. La investigadora Paula Welch, lo descubrió cuando Abbotts ya había muerto. Recibió un tazón de porcelana. El golf femenino no se volvería a ver hasta Río 2016.
La tenista Charlotte Cooper, que había ganado tres campeonatos femeninos de Wimbledon, 1895, 1896 y 1898, se convirtió en la primera campeona olímpica. Después de París ganó otros dos Wimbledon.
El recorrido ha sido tan duro para las mujeres que no fue hasta los Juegos Olímpicos de 2012 en Londres, cuando todos los equipos participantes incluyeron como mínimo a una mujer. En 2015 el COI decidió que todas las atletas en transición al género femenino, podrían competir en los Juegos, si sus índices de testosterona en sangre no superaban los 10 nanomoles por litro durante al menos un año antes de la competición. La neozelandesa Laurel Hubbard, cumplía con esta normativa y ha sido la primera mujer trans en participar, en halterofilia. La neozelandesa inició su transición en 2013, participando hasta entonces en competiciones de halterofilia masculina, aunque no a nivel internacional.
Las interpretaciones de las reglas cambian en algunos circuitos internacionales. Por ejemplo, la disciplina de rugby femenino ha prohibido a las deportistas trans su participación en los torneos y, algunas federaciones internacionales, piden niveles de testosterona más exigentes que los establecidos por el COI, así en el atletismo, el tenis y el ciclismo se requieren cinco nanogramos de testosterona por mililitro de sangre para participar en la categoría femenina.
La abogada M.J. López, experta en Derecho deportivo destaca, en el contexto del deporte, que se debe evitar que pueda llegar a significar una falta de juego limpio para las mujeres deportistas, que llevan años luchando para competir con condiciones laborales en igualdad, pero en un terreno de juego con reglas claras y que no impliquen vulneración de derechos por razón de sexo. También la investigación genera dudas al respecto.
Otra visibilización del colectivo LGTBI importante ha sido la del saltador de trampolín británico Tom Daley que, tras recibir el oro, declaró estar “increíblemente orgulloso” por su condición de “gay y campeón olímpico”. Ya compitió en Beijing 2008 con apenas 14 años. Daley representa una masculinidad muy diferente de la hegemónica tradicional. Mientras como espectador veía a sus compañeras desde la grada en la final de trampolín femenino, estuvo tejiendo. Daley se aficionó a hacer punto para gestionar la ansiedad de las competiciones y en septiembre de 2020 creó la firma Made with love by Tom Daley, con la que, gracias a la subasta de sus creaciones, financia investigaciones contra los tumores cerebrales, causa por la que falleció su padre en 2019.
Un problema que se ha seguido detectando en relación con las olimpiadas es el racismo. En 1936 en Berlín el atleta estadounidense Jesse Owens, con 21 años, ganó cuatro medallas de oro en los Juegos Olímpicos. Cuando regresó a Estados Unidos no fue invitado a la Casa Blanca, ni se le dio la oportunidad de estrechar la mano del presidente Roosevelt como sí hicieron algunos de sus compañeros blancos. Hasta 1976 no recibió su primer homenaje. Después del desfile en su honor por la Quinta Avenida de Nueva York, Owens debió utilizar el montacargas del Waldorf-Astoria para asistir a otra celebración, también en su honor.
Sigue habiendo otros ejemplos de racismo en relación con las Olimpiadas de Tokio, como el tweet de Steegmann, que, aunque felicitó a Ray Zapata y Ana Peleteiro como un ejemplo para todos, lo hizo como emigrantes. Ray Zapata, ganador de la medalla de plata en gimnasia, nació en la República Dominicana, pero llegó a España siendo un niño, mientras que Ana Peleteiro, medalla de bronce en triple salto, nació en la localidad coruñesa de Ribeira. O sea, gallegos ambos. No es el único me temo, seguimos escuchando en ideologías diversas hablar de emigrantes de “segunda” y de “tercera” generación, por ejemplo. Poca broma.
Otro atleta Alberto Ginés, de 18 años, primera medalla de oro de escalada deportiva en unos Juegos Olímpicos, tiene dos cuentas y la que se ha hecho viral es la privada, en la que escribe cosas como por ejemplo: “El otro día iba tranquilamente en el coche y de la nada me puse a llorar, simplemente me planteé si de verdad valía la pena perderme la vida de mi familia” y “Parece una gilipollez, pero llevo tres años sin estar en el cumpleaños de mi hermana, veo a mis padres una vez cada muchos meses, a mis abuelos apenas los veo en vacaciones y no recuerdo el último cumpleaños de mis primos en el que estuve”. O en asuntos amorosos: “Pues no me friendzonees“. Otra manera de enfocar el deporte y la vida, sin duda.
Hay historias unidas a la religión y el deporte femenino. La esgrimista estadounidense Ibtihaj Muhammad, medallista en sable por equipos, fue referente para las mujeres musulmanas en Río 2016 al ser la primera atleta estadounidense en usar un hijab en los Juegos Olímpicos. Un año después el grupo Mattel presentó su primera Barbie con hiyab inspirada en ella.
Otras historias muestran la dignidad de las deportistas. Marta Xargay, que ha formado parte de la élite del baloncesto femenino, diagnosticada de bulimia y ortorexia, ha visibilizado el trato de su ex entrenador (destituido antes de que la selección de baloncesto volara a Tokio). Según el periodista Faustino Saez, la FEB consideró que había que desactivar el impacto de las declaraciones de Xargay que declaró, en relación a su retirada hace un año, que tuvo que “anteponer la persona a la deportista” y que “no podía soportar cosas inasumibles”, refiriéndose al trato que recibió del ya exseleccionador.
También existe una delegación creada por el Alto Comisariado de Naciones Unidas para los refugiados (Acnur) con la finalidad de visibilizar a los millones de personas desplazadas de sus países de origen por las guerras, crisis humanitarias o desastres. El boxeador venezolano Eldric Sella, refugiado desde 2018 en Trinidad y Tobago, salió para ir a los Juegos de Tokio. Pero el país no va a volver a acogerlo. Se ha convertido en apátrida. La diplomacia olímpica gestiona un nuevo país de acogida.
La nadadora olímpica de 22 años de Siria Yusra Mardini en las Olimpiadas de Río 2016, recibió una ovación por parte del público porque en 2015 ella y su familia, a causa de la guerra, huyeron de Siria en dirección a Grecia en un pequeño bote, pero el motor falló en el viaje. Yusra y su hermana mayor nadaron más de tres horas, en los mares revueltos, empujando el bote hacia las islas griegas. Ayudaron a salvar sus vidas y las de otras 18 personas refugiadas. Posteriormente Yusra se convirtió en miembro del Equipo Olímpico de Atletas Refugiados-as, y fue nombrada la Embajadora de Buena Voluntad más joven de ACNUR.
El trato a los animales también ha tenido su espacio este año. La Unión Internacional de Pentatlón Moderno (UIPM) ha descalificado con tarjeta negra a la entrenadora de la atleta alemana Annika Schleu porque, mientras competía en la prueba femenina de pentatlón moderno, su caballo se negó a saltar uno de los obstáculos. Alemania iba en cabeza y optaba a la medalla de oro y la entrenadora, entonces, le dio un puñetazo al caballo.
Hay mucho que aprender, siempre. También de las y los deportistas. Incluso si el deporte competitivo no nos atrae.
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