En algunos cines y en televisión se ofrecen películas clásicas capaces de embelesar a muchas personas. ¿Por qué motivo? Diversas son sus virtudes, diversos son los estilos que las diferencian del cine actual. Disparidades que conducen a que otros espectadores las menosprecien, son aquellas y aquellos que les otorgan la tilde de anticuadas como descrédito e indiscriminadamente. Cierto que hay filmes que no resisten el paso del tiempo, son los que en su momento tampoco merecían aplausos. Sin embargo, los hay que no solo conservan inmarcesibles sus méritos sino que descuellan, para bien, frente a las maneras narrativas actuales.
De entrada, ya sorprende agradablemente el tiempo dedicado a los títulos de crédito. Protagonistas y secundarios, directores, productores, compositores, etc. desfilando sin prisa y con letras de buen tamaño por la pantalla. Procedimiento aplicado asimismo a los rótulos u otras explicaciones que acaso aparecen en mitad de la película, ello a las antípodas de la velocidad con que actualmente aparecen y desaparecen, como si se sometiera al público a un test de viveza mental y visual.
Se esgrimen además otros retos a los que someter al público del presente. Si bien en las películas clásicas las historias se cuentan cronológicamente, o en contadas ocasiones se recurre a un feed back que no crea la menor confusión, en las de hoy día es frecuente que se avasalle a las espectadoras y espectadores con constantes pruebas de perspicacia, como si guionistas y directores quisieran demostrar que ellos son los más listos. Si no entiendes mi galimatías, el tonto eres tú.
Hay cine clásico romántico, lo hay de suspense, con el maestro Alfred Hitchcock dando lecciones a todos los egos hiper sagaces de ahora. Y hay el cine negro. Detectivesco, intrigante pero siempre inteligible, con muertes sin sangre, sin recurrir a asquerosidades y chapucerías para atraer la atención. Algunos filmes están rodados en tecnicolor, otros en blanco y negro, pero todos son diáfanamente bellos cuando proceden de los grandes realizadores de la época. ¡Qué relax gozar de los genios con pausa, que enorme placer!
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