En nuestro mundo abundan las aberraciones, y entre todas ellas, India se lleva la palma. Asolada por la Covid-19, con los hospitales saturados, los muertos a centenares, los crematorios desbordados e improvisados en plena calle, los enfermos mueren a la intemperie sin obtener una bombona de oxígeno. Tan solo los ricos pueden conseguirla, a más de 500 euros en el mercado negro.
El sistema sanitario indio es una ignominia. No hay dinero para salvar a la gente, pero se han invertido millones en armamento nuclear. India es una potencia atómica desde el lejano 1974, habiéndose colocado automáticamente entre los grandes según el necio cálculo en vigor. Persisten los intocables, y también la exaltación hinduista. Entretanto, una cuarta parte de la población padece hambre severa, según atestigua la ONU, en tanto que se atesoran 150 ojivas nucleares con un coste de millones de rupias.
Todavía hay personas que cantan las bellezas de India, no solo arquitectónicas sino culturales. Asombroso, porque donde no hay justicia social no puede haber belleza.
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