Ante los ataques -públicos y difundidos por parte del periodismo- que estábamos sufriendo las víctimas directas y las de segundo orden que nos apoyaron, un periodista nos invitó a escribir un artículo de opinión en su diario para explicar la situación por la que estábamos pasando.

Preparamos el artículo y lo enviamos al diario. Todo bien hasta que lo comentaron con dirección y la primera reacción fue intentar publicarlo en otro diario del grupo, con el argumento de que no tienen una postura clara a favor de las víctimas que denunciamos acoso sexual o a favor de las personas que nos calumnian, por lo que darían voz a todas las partes.

Las supervivientes sentimos que se hable de dos partes, igualando las víctimas que damos la cara con personas que difaman escondiéndose en el anonimato. Esa decisión de “todas las partes” en una denuncia de acoso no responde al código ético internacional del periodismo. De hecho de los cinco principios éticos básicos del periodismo, el tercero dice “la objetividad no siempre es posible ni deseable frente por ejemplo hechos inhumanos o brutales”, como  es el caso del acoso sexual, y el cuatro principio es el de humanidad donde se asume que las y los periodistas no pueden hacer daño. 

Finalmente, el responsable de la publicación decidió no publicar el artículo en ningún medio, prefiriendo no sacar la verdad a la luz. Quedamos que nos contactarían y nunca más lo hicieron, en lo que ya son unos cuantos años. Lejos de  pretender aclarar cualquier calumnia públicamente, el diario acabó optando por silenciar la voz de las víctimas, dejando la puerta abierta a “calumnia que algo queda” difundida por el lobby de acosadores. 

 

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