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La pasada madrugada los relámpagos iluminaban el mar, poco después una tromba de agua golpeaba tejados y calles percutiendo como una orquesta líquida. Cada vez las danas (las “gotas frías” de toda la vida me gusta más porque es literal: dejan aterida y calada) son más frecuentes, el agua arrasa y destruye, no es lluvia que empape la tierra y la nutra. Ya desvelada, pensaba en las consecuencias de la falta de cultura ambiental. Le sobramos al planeta. El confinamiento mostró que cuando dejamos de maltratar a la Tierra, se regenera, se cura. Y entonces, en el duermevela, vi la imagen de Trump cuando se agarra a la bandera que tanto dice amar mientras miente hasta el punto de que las grandes cadenas, ayer, en su comparecencia, se negaron a continuar transmitiendo su discurso al hablar de fraude electoral, o las que lo hicieron avisaron a la audiencia de que lo que decía el presidente era mentira, no había una sola prueba. Cómo no tener en cuenta la estupidez de las/los negacionistas del cambio climático que hacen oídos sordos a las voces de la ciencia y de los movimientos ciudadanos ecologistas que, con desesperación, subrayan la urgencia de actuar ya, cuando además ocupan lugares de poder para dar protagonismo político a su negacionismo. 

Una zoonosis es la causante de la pandemia. Si no educamos en el respeto al planeta, dejaremos una herencia de desolación. Muchos-as de los negacionistas del cambio climático, también son negacionistas de la pandemia. Las cifras mundiales de seres humanos contagiados, con graves efectos secundarios o muertos, les dan igual, no les afectan. Su estulticia malsana, peligrosa, no es gratuita. Trump volvió a aparecer en este sueño interrumpido paseándo saltándose la cuarentena, teniendo a gala no ponerse mascarilla cuando se había contagiado, cuando como presidente debería ser un ejemplo para la ciudadanía. 

Henry Giroux (2020), lo cito como representante reconocido de la educación para la ciudadanía en la pedagogía crítica, hace poco, en el ”I Congreso mundial en defensa de la educación pública y contra el neoliberalismo”, defendía que la pandemia en un contexto de hipercapitalismo como el que tenemos es más que un concepto médico, porque legitima las mentiras de los grupos de derecha. Su contexto es EE.UU., pero podemos ponerle perfectamente rostro en nuestro contexto. Remarcaba que no se puede separar la pandemia de las luchas por la salud pública, la justicia social y la liberación en sí misma. Advertía de que la derecha no busca como antes definirse a sí misma, sino que ahora se define en contra de los otros. También es perfectamente extrapolable a nuestro contexto, con rostro. La educación se usa como una máquina ideológica para sugerir que capitalismo y democracia son lo mismo. Y no, no lo son. Giroux (2018), en “Pedagogía crítica para tiempos difíciles”, evidencia la necesidad de una educación capaz de generar reflexión y ciudadanía con criterio. Por eso destaca: “Pensar se vuelve peligroso y, por ende, también los lugares donde se produce ese pensamiento”. Es necesario (re)pensar y transformar el currículum educativo, que los Objetivos de Desarrollo sostenible se implementen en las aulas de una manera real, sin quedarse en propuestas estrictamente teóricas o en papel mojado. Y como Giroux nos recuerda en “La inocencia robada. Juventud, multinacionales y política cultural“ (2003), no debemos olvidar que la educación crítica debería en el estudiantado “expandir los horizontes de lo que saben” ayudándoles a desarrollar “una conciencia crítica en vez de limitarse a aprender y a pensar críticamente”. Es decir, debería fomentar el compromiso cívico, pasar del pensamiento a la acción freireana.

Los brotes más grandes de covid-19 se detectan en el ámbito social. El personal sanitario está exhausto, indignado e incluso un porcentaje se plantea dejar la profesión. En Cataluña, las conclusiones del estudio sobre el impacto de la pandemia en la salud de los profesionales sanitarios llevado a cabo por el Colegio Oficial de Médicos de Barcelona (COMB), la Fundación Galatea y profesores del IESE y del Instituto de Economía de Barcelona-UB, muestra que un 24% de los/las médicos se plantea dejar la profesión, y el porcentaje se eleva hasta el 31,7 % en el caso de  las/los médicos de atención primaria. El cansancio físico y emocional es la causa. Teniendo en cuenta que faltan miles de sanitarios-as, si enferman nadie podrá cuidar y sanar a los enfermos-as de covid-19, ni a todos los/las demás pacientes de otras enfermedades. Ahora, tras aplaudirles en la primera ola, toca ser coherentes en la segunda y ayudarles no haciendo lo que nos pone en peligro de contagio y, a la vez, hace que peligre la salud de los demás.

El 4 de octubre se hizo público un manifiesto suscrito por 55 sociedades científicas y médicas (representan a 170.000 profesionales), hartos-as de enfrentamientos y disputas políticas en torno a la pandemia, titulado “En salud, ustedes mandan, pero no saben”, exigiendo que se tomen las decisiones basándose en la mejor evidencia científica disponible, sin injerencias políticas. Hagamos caso de los científicos y de las científicas, no de políticos-as que en ocasiones parecen pertenecer al surrealismo. 

Pienso en las imágenes del inicio del curso universitario que los medios de comunicación nos han ofrecido y que hemos visto desde el asombro y el enfado. Calles abarrotadas de estudiantes en Granada con el resultado de brotes y aumento de contagios; fiestas en el Galileo Galilei en València con el resultado de 20.000 estudiantes de la UPV  que se quedaron sin clase y que, además de los contagios del estudiantado participante, afectaron a otras universidades de València que también tuvieron que hacer cuarentenas en algunas clases; botellones concurridísimos y fiestas con mucha gente en pisos de estudiantes en varias ciudades universitarias… todo sin ninguna medida de seguridad (mantenimiento de la distancia, uso de mascarillas…) en plena pandemia. Pensar en el efecto multiplicador de los contagios en sus personas cercanas, en sus familias, es aterrador.  Entiendo al personal sanitario, para estar muy enfadado.

Identificar a toda la juventud con estas personas sería injusto porque invisibilizamos a los/las jóvenes que son responsables, que respetan las recomendaciones sanitarias, que piensan en los demás, que se divierten de otra manera, con prudencia.

Pero sí que nos debería hacer reflexionar sobre la educación cívica que han recibido y la que debería recibir en el sistema educativo el estudiantado actual dada la irresponsabilidad mostrada, ante la ausencia de comportamiento cívico. Ya vemos que sustituir educación para la ciudadanía (una asignatura que se hubiera podido mejorar y transformar y, sobre todo transversalizar) por educación financiera no es lo mejor.

Un repaso por el comportamiento cívico de personas de más edad que el estudiantado fiestero también muestra lo mismo. Porque en lugares de ocio, en pandemia, han participado en fiestas en sitios que, cuando bajan la persiana, dentro siguen con la fiesta, superando el aforo normal sin pandemia, sin espacio y sin mascarillas o  han participado en fiestas “clandestinas” con DJ incluido en las mismas condiciones. Ha ocurrido en diversas ciudades. Y, nuevamente, entiendo el enfado del personal sanitario.

Boaventura de Sousa Santos (2020) defiende que el ser utópico es disidente porque la utopía hace que imaginemos otra realidad posible, que no nos conformemos a la reducción de la realidad posible, que trabajemos colectivamente para conseguirla, señalando “la utopía es siempre un modo de pensar y obrar que rompe con la idea de que el futuro puede ser la repetición del presente”. 

El neoliberalismo que alimenta el presente, genera vulnerabilidad porque alimenta el individualismo, el egoísmo, el consumo desenfrenado. Por eso trabajamos por un futuro diferente. Lo que necesitamos es corresponsabilidad, reciprocidad, cuidado compartido, responsabilidad cívica y generar tejido social, el único que nos va a dar poder compartido desde interacciones dialógicas, humanizadoras. Ya existe hace muchos años y es desde aquí desde donde nos proyectaremos al futuro.

Cuando la tormenta amainó volví a soñar. Con mesas largas. Esas mesas en las que en casa siempre nos hemos reunido toda la familia, los amigos y amigas. Las mejores mesas del mundo, sencillas, pobladas de risas, de afectos, de bromas, de alegría, de vida.  Y de abrazos. Eso es lo que más deseo: volver a llenar nuestra mesa, sin límite de abrazos, y sin que quede ninguna silla vacía.

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