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Nuestro hijo no nos deja salir es una frase que ha resonado a lo largo de la pandemia. Nada de ir al supermercado o a la tienda de al lado, ni a comprar el pan o el periódico, ni a echar la basura y el reciclaje. ¿Cariño, protección, dominación? En juego está la libertad, los derechos de las personas entradas en años. Alrededor de esta problemática se ha expresado una experta, la profesora y gerontóloga Anna Freixas, en una entrevista publicada en La Vanguardia. Su dictamen es contundente: los adultos para decidir necesitan información, no dominación, a cualquier edad.

Y si del domicilio particular pasamos a observar las residencias, la voz de la doctora Freixas suena aún más contundente. En la vejez, la dignidad es muy importante, y en estos centros el respeto a los internos es volátil, diagnostica. Habitaciones donde el personal entra sin llamar, médicos que exploran a los pacientes ante ojos ajenos, tuteo desde el primer instante. Decisiones que se toman respecto de personas a las que no se solicita permiso, hechos consumados que conducen a la gerontóloga a una declaración abrumadora: la calidad del trato y la libertad son superiores en una prisión que en muchas de las residencias. 

Ofensas en el trato y ausencia de libertad que parecen leves comparadas con circunstancias peores, y muy peligrosas al no ser detectadas. Desatención en la higiene, mala calidad de la comida, sedación para evitar molestias… En este punto es cuando se exige la vigilancia y el ejercicio de la Administración, sin embargo, no basta con esta entidad fría y lejana sino que, en mucha mayor medida, se requiere la vigilancia de la familia. Visitas semanales como mínimo, sin excusas, para que no suceda que los mismos que prohíben a sus progenitores salir a la calle, más tarde les dejen aparcados para que no estorben.

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