La comunidad internacional tiene como máxima prioridad reducir la velocidad de propagación de la COVID-19 y a las autoridades sanitarias les preocupa especialmente un continente del que se sabe poco, África. 

Anna Roca, epidemióloga de la Medical Research Council Unit in The Gambia at the London School of Hygiene and Tropical Medicine, con una larga trayectoria científica, concretamente en estudios médicos en Gambia, afirma que el cierre temprano de fronteras ha podido ser un factor clave en muchos países africanos para ablandar la curva y limitar la llegada de más casos importados. De hecho, a mediados de marzo el continente ya adoptó numerosos controles en los aeropuertos y la prohibición de actos públicos. Además algunos países, como fue el caso de Marruecos, Túnez y Ruanda, decretaron el confinamiento. Ahora bien, la misma investigadora nos presenta la otra cara de la misma moneda. Un estudio publicado en Lancet por diez investigadores, incluida Roca, confirma que, aunque los primeros casos confirmados de COVID-19 ocurrieron más tarde en África occidental que en Europa, una vez que estos primeros casos se confirmaron la expansión de personas afectadas por la COVID-19 creció rápidamente, especialmente en Burkina Faso y Senegal.

Según datos oficiales, entre los países africanos en que se contabilizan más muertes se encuentran Argelia con 256 y Marruecos con 110; otros países están muy por debajo de las estadísticas  mundiales, como Sudáfrica, con 24. Según estos datos las muertes en todo el continente podrían ser poco más de 500, sin embargo los datos carecen de fiabilidad; como ocurre en todo el planeta los contagios son más elevados que lo que muestran los datos. 

A pesar de las medidas iniciales de prevención, el presidente de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom, así como investigadoras como Roca, nos evidencian la incertidumbre con que aborda África esta pandemia. Un continente en el que, más allá de la pandemia, se suman problemas endémicos de falta de agua corriente, con una estructura económica muy débil y con un sistema sanitario precario, entre otros muchos problemas. El gran desafío sigue siendo la falta de recursos ante una aceleración rápida en el número de casos ya que podría abrumar rápidamente a los sistemas de salud, ya de por sí altamente vulnerables. Por ello es vital actuar rápidamente para controlar una mayor propagación del virus y mejorar las capacidades de respuesta de los países afectados con altas medidas de prevención en todo el continente a partir de evidencias científicas, cómo demuestra el artículo de Roca y su equipo: COVID-19 pandemic in west Africa.

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