1951 marcó el inicio de un gran avance en la biotecnología. Todo empezó con la llegada de una afroestadounidense de origen pobre a un hospital de EE.UU. Sus células revolucionarían la ciencia médica. Una joven madre de cinco hijos llamada Henrietta Lacks visitó el Hospital Johns Hopkins; tras examinarla, el reconocido ginecólogo Dr. Howard Jones descubrió un tumor grande y maligno en su cuello uterino. En ese momento, tal y como informa BBC, el Hospital Johns Hopkins era uno de los pocos hospitales para tratar a los afroamericanos pobres. Como muestran los registros médicos, la Sra. Lacks comenzó a someterse a tratamientos de radio para su cáncer, el mejor tratamiento médico disponible para la época para esta terrible enfermedad.
Una muestra de sus células cancerosas recuperadas durante una biopsia fueron enviadas al laboratorio de tejidos cercano del Dr. George Gey. Durante años, el Dr. Gey, un destacado investigador de cáncer y virus, había estado recolectando células de todos los pacientes que acudieron al Hospital Johns Hopkins, pero cada muestra murió rápidamente en el laboratorio del Dr. Gey. Lo que pronto descubriría era que las células de la Sra. Lacks eran diferentes a cualquiera de las otras que había visto: donde mueren otras células, las células de la Sra. Lacks se duplican cada 20 a 24 horas. Efectivamente, las células de Henrietta reproducían una generación entera en 24 horas, y nunca dejaban de hacerlo. Fueron las primeras células humanas inmortales que crecieron en un laboratorio.
Como se explica en la web de Hopkins Medicine, hoy en día estas increíbles células, denominadas células “HeLa” por las iniciales de Henrietta Lacks, se utilizan para estudiar los efectos de las toxinas, las drogas, las hormonas y los virus en el crecimiento de las células cancerosas sin experimentar en humanos. Se han utilizado para probar los efectos de la radiación y los venenos, para estudiar el genoma humano, para aprender más sobre cómo funcionan los virus y jugaron un papel crucial en el desarrollo de la vacuna contra la polio.
El tumor no respondió bien al tratamiento y Henrietta Lacks murió de cáncer cervical en octubre de 1951, cuando tenía apenas 31 años de edad, a pesar de ello, sus células continúan impactando al mundo. Hoy en día hay billones de estas células en laboratorios de todo el mundo.
Sin embargo, nadie pidió permiso ni a ella ni a algún familiar para usarlas y su familia tuvo que luchar varios años por sus derechos. No fue sino hasta 1973 que la familia Lacks se enteró por primera vez de que las células de Henrietta todavía estaban vivas. Un equipo de geneticistas los buscó para examinar su ADN, pues habían surgido la teoría de que la cura del cáncer podía estar en la manipulación de los genes. Encontraron a su esposo y a cuatro hijos, quienes seguían viviendo en Baltimore. La familia de Henrietta no tuvo suerte en lo que concierne a una compensación económica pues su madre había muerto hacía demasiado tiempo. Pero siguieron luchando por el control de las células y libraron una campaña para que se reconociera la contribución de Henrietta a la investigación médica.
“Las células que le quitaron la vida han sido la base de decenas de miles de estudios médicos en todo el mundo y sobre todos los aspectos de la ciencia biológica”.
Como resultado de la campaña de su familia, Henrietta Lacks se convirtió en una heroína científica. Y en agosto de 2013 a la familia Lacks se le confirió un poco de control sobre el acceso de los científicos al código de ADN de las células de Henrietta Lacks. Además, la familia debe recibir reconocimiento en los estudios resultantes.
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