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Arrinconados han quedado los apelativos esposa o pareja, sustituidos por el hegemónico “mujer”. Vocablo indeterminado que no implica ninguna relación por voluntad mutua e igualitaria. Si consideramos que el lenguaje involucra hechos y conceptos, desde la óptica feminista debería repudiarse esa constante definición de “la mujer de tal o cual” en el habla común y en los medios de comunicación.

Se trata de una locución que se utiliza tanto si atañe a personas corrientes como a relevantes. Oímos, por ejemplo, la mujer de tal presidente de gobierno, y la pregunta pertinente sería, ¿qué mujer? ¿La que le limpia la oficina, o la que le plancha las camisas, o la que le calienta la cama?

Existen varias palabras para expresar el vínculo dentro del matrimonio o dentro de una unión de hecho. En lugar de los indefinidos mi, tu, su mujer, en el primer caso contamos con adjetivos como consorte, esposa, cónyuge, incluso el muy respetuoso y arcaico mi señora. Respecto de las uniones de hecho, disponemos de los calificativos compañera o pareja. En ambos contextos, la mencionada panoplia de expresiones comporta un consentimiento mutuo que no existente en la mera cualificación de “mujer de” … Y a señalar que, hasta el momento aún no se ha oído que a una reina consorte se la llama la mujer del rey. Una diferencia significativa, un respeto del cual quedan excluidas el resto de las mujeres. 

En el seno del feminismo cabría reivindicar para todos los espacios definiciones de igualdad y volitivas con referencia a las relaciones mujer/hombre.

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