El Paso es una ciudad de Texas que limita con México. A unos kilómetros de allí, en una zona aislada, se creó en junio del pasado año un centro de detención temporal para niños y niñas migrantes. Esta especie de albergue respondía a la crisis generada por las políticas migratorias de “tolerancia cero” de la administración Trump que había provocado un gran aumento de los menores no acompañados, ya fuera porque habían sido separados de sus familias o porque habían cruzado la frontera solos y solas. Afortunadamente, tras varios meses de fuerte activismo de movimientos sociales y de medios de comunicación a nivel internacional denunciando las condiciones deplorables en las que se recluía a las y los menores, el pasado enero se logró que se procediera a su cierre y que se intensificaran los esfuerzos por buscar familias de acogida para estos menores, aunque muchos fueron destinados a otros albergues.
Así, este centro ha pasado a convertirse en un símbolo de la crueldad del gobierno contra las personas inmigrantes. Esta realidad no quedará en el olvido, y la parte más positiva y que ofrece más posibilidades de concienciación y transformación se debe a los niños y niñas que estuvieron allí recluidos y a su capacidad para plasmar su realidad mediante el arte. Actualmente se expone en el Museo del Centenario y los Jardines del Desierto de Chihuahua de la Universidad de Texas la exposición: Uncaged Art: Tornillo Children’s Detention Camp (Arte liberado: Campo de Detención de Niños de Tornillo), que recoge varias obras que reflejan el testimonio y las vivencias de niñas y niños que estuvieron allí recluidos.
Este proyecto se inició cuando el reverendo jesuita Rafael García se dio cuenta de la gran creatividad de los niños y niñas y de su capacidad para plasmar sus orígenes culturales y sus experiencias, todo ello con los materiales más humildes. Así, con las y los profesionales que trabajaban en el centro se encargaron de promover la creación y la conservación de las elaboraciones de los niños y niñas. Gracias a este trabajo se han recuperado varias obras, tras el cierre del centro, que dan cuenta del proceso de tantos niños y niñas, de su sufrimiento tanto para llegar hasta Estados Unidos como el vivido una vez allí, pero también de su identidad, sus valores culturales y sus sueños y esperanzas.
Aunque, como señalan los profesionales del proyecto en The New York Times el arte no salva vidas, sirvió como medio para generar confianza, para alfabetizar y para comunicarse y relacionarse.
Ese centro cerró, pero el drama de la vulneración de los Derechos Humanos fundamentales de tantos niños y niñas que viajan solos continúa, igual que continuó el trauma y el dolor de los chicos y chicas que fueron encerrados en el Tornillo. La hermana Norma Pimentel habla de que en sus obras expresan mucha oscuridad, pero también que la mayoría eran esperanzadoras, llenas de corazones, casas y “Te amos”. Es responsabilidad de toda la sociedad que estos sueños de tantos jóvenes en todo el mundo puedan hacerse realidad y vencer al rastro de injusticia que les ha tocado vivir.
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