El mes pasado en la escuela Bethesda-Chevy Chase High School un grupo de chicas de secundaria decidieron romper una práctica instaurada hacía años en su instituto. Algunos de los compañeros varones clasificaban en listas a las chicas conforme a su apariencia a través de puntuaciones. Las chicas que visibilizaban su repudia ante este acto no exigían una medida disciplinaria, sino el reconocimiento por parte del instituto de su actitud pasiva ante una práctica machista como esta. Uno de los impulsos potentes que en las instituciones educativas ha podido suponer el movimiento Me Too es expandir la solidaridad y la valentía. Jóvenes y mujeres se atreven a exigir en público el deseo de tener instituciones que promuevan relaciones libres y sanas.
La visibilización que el Washington Post hizo de esta experiencia nos ayuda a diagnosticar y mejorar nuestras escuelas y las estructuras y estrategias que en ellas promovemos. Estas chicas son una muestra de los relatos que desearíamos se socializaran y transformaran en cada vez más institutos.
Algunos de los adolescentes varones calificaban a sus compañeras de clase según su apariencia. La primera reacción de la escuela ante la noticia de la lista fue ocultar el problema y pedir al alumnado que no difundiera lo que había pasado para evitar conflictos. La dirección del centro explicaba su respuesta argumentando la aplicación del protocolo disciplinario acordado desde la administración.
Las chicas pudieron enterarse de que existía esta lista gracias a un valiente amigo de ellas, que les avisó sobre la existencia de la misma y las apoyó. Ellas se defendieron y decidieron unirse y presentarse ante la dirección del instituto solicitando una respuesta que fuera más allá de medidas disciplinarias y que les permitiera hablar ante la dirección y sus compañeros. Las chicas pedían un reconocimiento público de que en la escuela existía el problema de una cultura tóxica que permitía que esto llegara a suceder. Decían: “Podemos ser la generación que creemos un cambio”.
Estas chicas son un ejemplo de cómo la única forma de acabar con la violencia sin usar más violencia es todos a una, de que es posible hacerlo, sobre todo como ellas lo hacen, mucho antes de que la situación sea tan grave que ya no tenga marcha atrás, antes de que se destruyan o desencanten los sentimientos de muchas chicas y chicos. Estas chicas logran transformar los sentimientos de coacción, inseguridad y desilusión, en valentía, solidaridad y la oportunidad de generar un cambio que proyecte mejores relaciones futuras.
Conocemos otros virales internacionales terribles en los que hemos visto que, ante situaciones de bullying y acoso a chicas, su grupo de iguales difundía la información o aplaudía ante la agresión o humillación. Es el impacto de un contexto tóxico sobre el cual no hemos trabajado intensamente para transformarlo y protegerlo. Estas chicas demuestran con su actuación que no es el tipo de relaciones que desean, que quieren ayudarse, protegerse, crear un contexto de relaciones saludables y emocionantes porque es mejor para ellas y para ellos. Es mejor para el futuro de todas y todos.
Estos gestos de valentía y solidaridad liberan a aquellas chicas que alzan la voz, a todas las de la lista, también a las que no pueden alzar la voz por el motivo que sea. Liberan incluso las relaciones de las chicas y chicos que aún no han llegado al instituto.
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