La literatura infantil y juvenil (LIJ) tiene un papel relevante en la formación de niñas, niños y adolescentes y está ligada a la formación de su competencia literaria para saber apreciar y distinguir, como lectores y lectoras, obras de calidad. En el siglo XXI debemos, además, atender a su relación con la multialfabetización, de la que forma parte la alfabetización mediática. Porque el estudiantado actual de escuelas e institutos, cada vez en mayor número, es nativo digital, multimedia y multipantalla. Los libros que se leen también saltan a las redes, en las que de manera habitual el alumnado accede a presentaciones de libros desde booktrailers o stopmotions, a consejos de booktubers o a la gamificación de la LIJ. Donde, por ejemplo, a través de memes, los lectores y lectoras comparten desde la inmediatez sus experiencias literarias ligadas a contextos concretos.
Este panorama (ya no tan nuevo) cuenta con una nutrida literatura científica con autorías reconocidas como, por ejemplo, James Gee, Henry Jenkins o Marc Prensky. También con investigaciones que, desde la propia LIJ, nos ofrecen datos concretos que muestran el alejamiento de algunos investigadores-as de la realidad de la adolescencia y de la juventud porque se olvidan de que el entorno social y político en el que se producen, circulan y son recibidos los textos es muy importante cuando hablamos de LIJ, cultura popular e interacciones juveniles en las redes sociales; la investigación de Alba Torrego en este campo, ligada a la LIJ, es relevante. La tecnología de las redes sociales no es neutral, se produce en contextos concretos y una ciudadanía crítica debería poder cuestionarlos, como sujetos de acción, para poder analizar las fuentes y formas narrativas ligadas al contexto social e histórico. Peter McLaren ya señalaba en 1994 que es necesario desarrollar en el alumnado una formación lectora que “los ponga en condiciones de resistir a la autoridad de las ideologías de dominación”. Como defienden Kinchenloe, McLaren y Steinberg (2003), han surgido nuevos espacios culturales creados por la tecnología que requieren de nuevos modelos de análisis de la política educativa. Y de ella forma parte la política lectora.
Mak Prensky evidenciaba en el 2001 que algunas investigaciones en neurobiología habían demostrado que determinados tipos de estimulación modifican las estructuras cerebrales, y evidenció que el estudiantado nativo digital piensa y procesa la información de manera diferente a las generaciones anteriores.
En el siglo XXI y en el contexto digital actual ya no tiene sentido debatir si es mejor el libro de papel o el e-book. Lo importante de la lectura va más allá del formato. Ambos formatos pueden coexistir, y de hecho lo hacen, y además complementarse.
También ha variado el tipo de recepción de la lectura. Algunos consumidores-as pasivos se han convertido desde las posibilidades digitales en prosumidores-as, en creadores-as de contenido interactuando con la obra. Jenkins (2011) defiende que, desde esos espacios de convergencia de los medios, el mundo se representa desde una inteligencia colectiva, una cultura participativa, desafiando a la imagen hegemónica creada por los medios de comunicación, visibilizando historias comunes y denunciando los abusos que se producen (como, por ejemplo, en el caso de la tortura).
La importancia de estos espacios como elementos de la alfabetización cultural de la infancia ya es una realidad hace mucho tiempo (Jenkins, 2008). Daniel Cassany es otro de los investigadores que ha abordado muestras muy diferentes de la cooperación digital ligada a la lectura de la juventud, como, por ejemplo, el scalation (escaneo, traducción y distribución de mangas por parte de fans del género que se coordinan en internet).
La LIJ puede también favorecer una relación entre lectura y relaciones libres de violencia, puede saltar del tiempo académico al tiempo libre del estudiantado cuando ha aprendido a disfrutar leyendo. Como señala Antonio Basanta (2017) en relación con las maestras y maestros: “Solo existe verdadera enseñanza de la literatura si supone una apelación constante a nuestra capacidad de sabernos humanos. No necesitamos una escuela renovada. Necesitamos una escuela transformada. (…) Al frente de semejante ejercicio de transformación tienen que estar los docentes.(…) Ellos han de ser los primeros en defender y liberar el valor supremo de su labor. Manteniendo el combate implacable contra la rutina y el desánimo. Oponiéndose decididamente a directrices y procedimientos que saben profundamente ineficaces”.
Pero para ello es necesario un profesorado competente, bien formado en LIJ, capaz de seleccionar libros de incuestionable calidad literaria y, además, estética (imprescindible, por ejemplo en álbums o novelas gráficas). Que sepa distinguir y apreciar la buena LIJ. Porque no toda la LIJ son cuentos. Cuando se utiliza el concepto “cuento” para generalizar sobre la literatura infantil, se confunde una narración breve con narraciones más largas como la novela o con todos los otros géneros que abarca la LIJ como, por ejemplo, la poesía o el teatro. En un contexto en el que la LIJ convive, además, con la crossover books (young adults), obras literarias a las que acceden de manera indistinta por su contenido adolescentes y personas adultas y, además, con la LIJ transmedia que ya es una realidad en el siglo XXI.
Otro error frecuente es confundir libros de conocimientos con libros de LIJ. Un ejemplo es la profusión de libros dirigidos a niños y niñas sobre feminismo o sobre artistas, científicas, escritoras, etc. que informan sobre el tema, pero que no son literatura. Un libro sobre Frida Kahlo, por ejemplo, no tiene necesariamente que ser un libro de LIJ. Si hablamos de LIJ ( y no de sucedáneos) siempre tiene calidad literaria, ayuda a desarrollar la competencia literaria.
Un profesorado con formación en LIJ es imprescindible, además, para que, a partir de disponer de criterios de selección literarios, pueda formar excelentes bibliotecas de aula, bibliotecas de centro y pueda diseñar un Plan de Lectura del Centro de calidad, que ayude a desarrollar la competencia literaria del alumnado, conectando el libro con su contexto y, además, como defendía Freire, con el propio contexto del estudiantado. Porque no sirve cualquier libro cuando hablamos de LIJ. No sirve cualquier libro para incluirlo en la biblioteca. Y es un error no incluir en las bibliotecas ligadas al placer de la lectura libre, libros de LIJ de reconocido prestigio. Libros de calidad, hermosos, que nos ayudan a crecer como seres humanos. Pero para incluirlos, debemos conocerlos y tener los criterios para poderlos seleccionar. Porque todo lo que se edita no es LIJ de calidad literaria y estética. Tampoco en la literatura dirigida a personas adultas todo lo que se publica tiene calidad literaria, y nunca confundiríamos esos libros con libros excelentes.
La lectura va unida al pensamiento crítico. Daniel Cassany introdujo en 2006 en España la teoría sociocultural de la lectura, que defiende que la lectura acrítica se satisface con la interpretación personal, mientras que la lectura crítica dialoga, busca interpretaciones sociales (negociadas, integradoras). Pero, además, existen acciones educativas concretas para implementar la lectura dialógica, como la Tertulia Literaria Dialógica (TLD), para acceder a los clásicos de la literatura universal. Tampoco todas las tertulias literarias son TLD, porque éstas multiplican los espacios y las relaciones en las que se produce tanto la lectura como la lectura de los textos, conectan el texto con su contexto y con el contexto concreto del estudiantado que lee, favoreciendo la construcción intersubjetiva del sentido del texto, favoreciendo las interacciones dialógicas y la transformación personal y social de las personas participantes.
Antonio Basanta nos recuerda que “quien lee, profunda y comprometidamente se rebela” (2017:169). Este autor, profundamente ligado a la lectura escolar, nos recuerda que “para la lectura literaria no valen las miradas cortas. Ni las actitudes no comprometidas. Ni la desidia. Ni las reservas” (2017:49). También “que libro, lector y lectura se escriben con l de libertad” (2017:35). La l que nunca debemos olvidar en nuestro trabajo docente, cuando introducimos la literatura en el aula.
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