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Esta semana, la capital de Hungría ha sido escenario de protestas multitudinarias en oposición a la ley llamada de la esclavitud y iniciativas misógenas y racistas lideradas por el primer ministro ultraderechista Viktor Orbán.  En alguna de ellas se han llegado reunir cerca de 15.000 manifestantes, a pesar de las temperaturas bajo cero o la nieve. Y en todas ellas se ha destacado la alta participación y liderazgo por parte de las mujeres. 

Según informan los medios, las protestas fueron provocadas por la llamada “ley de la esclavitud” que permite, a quien emplea, exigir hasta 400 horas extras a sus trabajadores y trabajadoras al año, y retrasar los pagos hasta tres años. Una ley que, según remarcan, ha creado un fuerte sentido de solidaridad ya que puede afectar a casi todos los y las ciudadanas húngaras.  

A estas protestas en oposición a las políticas de Orbán, se ha unido el rechazo por ser consideradas sexistas y misóginas. Muestra de ello ha sido la prohibición de los estudios de género en Hungría a principios de este año. O respuestas que el primer ministro ha ofrecido, como “no creo que las mujeres puedan lidiar con el estrés de la política”, ante el cuestionamiento por el bajo porcentaje de mujeres en su gabinete. Según la OCDE, las mujeres representan solo el 12% del parlamento del país, el nivel más bajo de representación femenina en Europa.

Las características definitorias de las protestas han sido el frente unido de la ciudadanía y sus voces, lideradas todas ellas por mujeres. Voces que lanzaban mensajes como “Nunca las mujeres se volverán a quedar calladas” o “Esta no es la revolución de las chicas, también necesitamos a los hombres, pero las mujeres están ayudando a que el proceso sea más fácil”.

Voces con mensajes inspiradores que, dicen, les han devuelto la esperanza y la confianza en un mundo mejor en Hungría.

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