M era el director del departamento al que pertenecía J que había sido del poco profesorado que rompió el silencio y apoyó a las víctimas. Ante los ataques que recibió, el director se manifestó favorable a J negando todas las calumnias que se le hacían. Días después reunió a J en su despacho y exigió que una de las becarias de un proyecto de J pasara a ser su becaria. J contestó que esa persona era mayor de edad y decidiría ella lo que querría hacer, que se lo propusiera a ella. Con voz autoritaria, M dijo: “te lo estoy pidiendo a ti”. Eso obligó a J a contestar con educación, pero con firmeza: “sé que estáis acostumbrados a otro tipo de grupos de investigación, pero el nuestro es de primer nivel internacional y, por tanto, las libertades individuales son totalmente respetadas y defendidas”. Lejos de amilanarse, el director contestó ahora ya amenazante: “pues eso me hace pensar que lo que dicen de vosotros que sois muy cerrados es verdad, a partir de ahora lo diré a todas partes”.
Lo dijo y lo hizo, pasó de desmentir las calumnias a inventarse detalles para que parecieran verdad. Poco después había una plaza fija de profesorado a la que se presentaba otra profesora que había apoyado a las víctimas. El director eligió un tribunal destinado a dársela a otra persona desconocida con muchísimos menos méritos y habló previamente con cuatro de sus cinco miembros indicándoles lo que tenían que votar. La diferencia de currículums era tan grande que algunos miembros del tribunal tuvieron miedo de que se generaran reclamaciones y un escándalo público y finalmente votaron que ganara quien tenía más méritos. También usó todo su poder para perjudicar la carrera de la becaria, pero tampoco lo logró y ahora ya tiene un currículum y una posición profesional superior a la suya. Poco a poco se fueron sabiendo públicamente las maniobras de este director para perjudicar a las víctimas y se fue deteriorando su prestigio, dejó de ser director y también perdió un cargo más importante que tenía fuera de la universidad.
