El sexting, práctica de enviar y compartir mensajes o fotos de contenido sexual a través del teléfono móvil o de aplicaciones, no supone para los y las adolescentes algo desconocido, pero a menudo se trata también de una forma de violencia sexual sin contacto que hace que aumente el riesgo de que la salud mental, sexual y emocional se vea afectada.

Un estudio publicado en “JAMA Pediatrics” en 2017, Having a Sexual Photo Shared Without Permission and Associated Health Risks. A Snapshot of Nonconsensual Sexting, evaluó a 8.660 estudiantes de entre 14 a 18 años, de escuelas públicas de secundaria de cuatro distritos urbanos en Estados Unidos. La recogida de datos se realizó a través de la Encuesta de Comportamiento de Riesgo Juvenil (YRBS) con una pregunta que se añadió sobre esta práctica, lo que reveló que “la violencia interpersonal, salud mental y suicidio se asoció significativamente con el hecho de haber compartido una foto sexual sin permiso”, indicadores de riesgo que afectaron más a chicas, y a chicos y chicas LGTBIQ+.

A pesar de las limitaciones y la transversalidad de los datos, este trabajo muestra la realidad de algunos y algunas jóvenes y ayuda a visibilizar el sufrimiento que experimentan. Entendiendo que cualquier práctica no consensuada no debería nunca hacerse pública ni ser difundida ni compartida, es vital fomentar la actitud upstander, rechazando participar en estas difusiones y apoyando a las víctimas.

Además, se reflexiona sobre las herramientas educativas que podemos utilizar para poner en práctica estrategias enfocadas en la importancia del consentimiento, la información y la prevención. Por tanto, rodear a los y las jóvenes de información científica y alejada de bulos, sobre las consecuencias de prácticas como el sexting no consensuado y promover las interacciones de calidad en espacios educativos y familiares, puede favorecer y permitir que nuestros y nuestras adolescentes disfruten su derecho a una vida sexual y afectiva sana.

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