Sus labores era la calificación ocupacional que se otorgaba a las mujeres que se dedicaban exclusivamente al hogar. Marido: carpintero, contable, catedrático… Esposa: sus labores. Cuidar de la casa, los hijos, cocinar, limpiar, etc. Ahora ya se ha desterrado tal epíteto, tanto si trabajan tan solo en casa como si lo hacen externamente. ¡Por fin!… Y además, ahora algunos hombres tienen como única ocupación eso que era llamado sus labores.

Cabe mencionar dos ejemplos al respeto, uno de ficción y otro auténtico. Comencemos por el primero, relativo a la serie española La otra mirada. Entre las protagonistas se halla la profesora de una academia de señoritas ambientada en la Sevilla de 1920. Madre de cuatro hijos, es su marido el que se queda en casa, permitiendo que ella trabaje mientras él se consagra a las tareas del hogar y el cuidado de la prole. Impropio de aquella época, por supuesto, pura invención, pero visionado ahora mismo no deja de abrir horizontes en el imaginario colectivo.

La neta realidad, sin embargo, la encontramos en dos personajes importantes del siglo XXI. En la pareja formada por Ruth y Martin Ginsburg, ella jueza del Tribunal Supremo de los EE.UU. recientemente fallecida, él abogado, muerto en 2010.  Cuentan las crónicas, creíbles, que durante años Martin Ginsburg se hizo cargo de la cocina y otras tareas domésticas mientras su mujer ascendía en su carrera hacia el Supremo. 

Es posible que hallar casos análogos es como buscar una aguja en un pajar. No obstante, tanto lo inventado en la serie como lo vivido en verdad ilustran aquello que auténticamente sería igualdad entre hombre y mujer. En ambos episodios, las circunstancias, la bonhomía son las que llevan a tomar decisiones y a ejercer roles, no los prejuicios por cuestión de género. Y así se hace camino al andar.

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