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Mucha investigación se está llevando a cabo sobre las experiencias de las primeras edades y sus efectos en la edad adulta, sobre todo, en los casos en que esas experiencias no fueron positivas y pueden llegar a tener efectos sobre la salud física; deben, por tanto, reducirse o llegarse a prevenir.  

La investigadora Victoria Banyard lleva décadas dedicando su carrera académica a encontrar mejores maneras en que las comunidades pueden prevenir y responder ante la violencia en sus entornos. Conjuntamente con otras investigadores e investigadoras, Banyard desarrolló el concepto de Bystander Intervention, tan internacionalmente conocido y eficaz a la hora de intervenir ante cualquier situación de conflicto cuando se es testigo de la misma.

En este sentido, en el artículo publicado en la revista Child Abuse & Neglect, Efectos en la salud de los eventos adversos de la niñez: Identificación de factores protectores prometedores en la intersección del bienestar mental y física, partiendo de que ya se sabe que la exposición a la adversidad en la niñez produce resultados de salud negativos a lo largo de la vida, las autoras y el autor analizan aquellos factores que pueden conducir a un bienestar mental y físico, a pesar de episodios adversos en la niñez.

Los estudios internacionales se han centrado en estudiar los efectos en la edad adulta de las vivencias negativas en edades iniciales, pero se sabe menos sobre los factores de protección como, por ejemplo, los aspectos del individuo, la familia y la comunidad que promueven la buena salud a pesar de estar expuestos a la adversidad. Basándose en el Resilience Portfolio Model -que estudia los efectos a largo plazo de las diversas experiencias de violencia interpersonal en la niñez y la adolescencia-, este estudio examinó los factores de protección asociados con la salud física en una muestra de adolescentes y adultos expuestos a altos niveles de adversidad, incluido el abuso infantil. Una muestra de comunidad rural de 2565 individuos con una edad media de 30 años participó en las encuestas realizadas online.

Los y las participantes completaron las medidas del informe con relación a su propia salud física, la adversidad y una serie de factores de protección extraídos de las investigaciones sobre resiliencia. Los resultados muestran que aquellos y aquellas participantes que manifestaron una mayor carga de victimización infantil y tensión financiera actual (pero no otros eventos adversos de la vida) tenían peor salud física. Sin embargo, aquellos y aquellas con fortalezas en la regulación de las emociones, creación de significado, apoyo comunitario, apoyo social y práctica del perdón manifestaron una mejor salud.

Las así llamadas fortalezas en los dominios de la “cartera de resiliencia” (regulatorio, significado e interpersonal) tuvieron asociaciones independientes y positivas con la calidad de vida relacionada con la salud, incluso después de relacionar el análisis con la exposición de los participantes a la adversidad. En este sentido, afirman también las autoras y el autor, que los esfuerzos de prevención e intervención sobre aspectos negativos de la infancia como el maltrato infantil deben centrarse en reforzar “una cartera de fortalezas”, es decir, un fuerte entorno de amistad y confianza para los niños y las niñas; ya que más que la situación económica y que la exposición a la adversidad en la infancia, lo que más correlaciona con la buena salud física y mental a largo plazo es la intervención de la comunidad, un entorno de protección, solidaridad y confianza.

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