Además de las personas, también la naturaleza en su faceta más doméstica nos hace compañía. Cuando observamos detrás de los cristales, o en la propia terraza, la venida de un gorrión que, delicado e inconstante, va de rama en rama. Y la de un mirlo, de mayor tamaño, escarbando la tierra y luego volando majestuoso, tan bello el macho, de color negro con el pico anaranjado. Y esperar a diario que los pájaros acudan, a su capricho.
Otros animales acompañan asimismo, mucho más pequeños, de una manera difusa pero igualmente demostración de vida. Por ejemplo, los moscardones, negros o rubios, zumbadores, grandes dentro de su categoría de insectos. Liban con entusiasmo las flores de la polígala, su manjar predilecto, revoloteando sin cesar entre las ramas, inofensivos pero con visos amenazantes cuando pasan muy cerca. Las abejas, por su parte, en primavera se hacen más numerosas. Silenciosas, a diferencia de sus escandalosos semejantes, vagan de una flor a otra, elegantes, sabiéndose amadas por fructíferas.
Más humildes, siempre calladas, las plantas se mueven. Crecen, aumentan el follaje, florecen. Comprobar cómo los capullos se van abriendo pausadamente, un día tras otro, saludando cada mañana con la expansión de los pétalos comenzada por la noche y que continuará hasta eclosionar por completo.
Solo es cuestión de prestar atención no solo a los seres humanos sino a otros seres vivientes. Muy fácil con los pequeños que tenemos a mano, no necesariamente mascotas. La soledad que muchas personas experimentan podría mitigarse si advirtieran la extraordinaria compañía que la naturaleza puede brindarnos, generosa.
