Un monigote representando a la activista Greta Thunberg apareció colgando de un puente en Roma. Su discurso en las Naciones Unidas el pasado 23 de septiembre, en el cual regañó a los dirigentes mundiales por su pasividad ante la crisis climática, ha despertado entusiasmos, pero también malquerencias.
Que una chica se atreva a poner ante el espejo de sus pecados a los mandatarios confabulados con los intereses corporativos responsables de las catástrofes medioambientales es algo muy difícil de tolerar. La adolescente se halla en el punto de mira malévolo de dos grupos, los egoístas y los envidiosos.
Su popularidad excita la envidia de aquellos que, algunos también ecologistas, actúan como el perro del hortelano que no come ni deja comer. Sin haber conseguido auténticos éxitos, reprochan a Greta Thunberg su juventud, su valentía, y que haya conseguido movilizar con su Fridays for Future a millones de jóvenes de todo el mundo. Los otros, los egoístas, permanecen ciegos a los desastres presentes y futuros, atentos solo a sus negocios, imitando al rey Midas convirtiendo en oro todo lo que tocaba hasta tener que morir de hambre.
Greta Thunberg ha dado en el clavo, expresándose con furia, al denunciar a los gobiernos que apelan a la conciencia ciudadana para que se comporte respetuosamente con el consumo y el reciclaje mientras no interpelan a los auténticamente responsables del cambio climático, a las empresas petrolíferas, muchas de las cuales son compañías estatales. Hipocresía absoluta al comprometer a la gente de abajo mientras los combustibles fósiles campan todavía a sus anchas.
El monigote pendiendo del puente romano ha provocado indignación por parte de multitud de personas. Las autoridades italianas lo hicieron descolgar al momento, y el gobierno ha establecido como acción prioritaria la defensa del medio ambiente. Tanto la envidia como el egoísmo tienen, más pronto que tarde, la batalla perdida.
